Desde la infancia siempre me pregunté ¿qué pasaría si alguien tuviera el súper poder de leer la mente? Para mí, éste era realmente “el súper poder”: permitía a quien lo poseyera, anticiparse a cualquier acción, emoción o consideración de quienes tuviera a su alcance. Sería como una herramienta de hackeo global que permitiría conocer lo más recóndito de cualquiera. Para bien o para mal.
¿Se imaginan? Sería como un eterno bullicio en la mente de dicha persona, para la cual cada pensamiento sería como una declaración a viva voz. Cuando uno piensa, se genera en el cerebro un impulso sumamente parecido a cuando uno habla, esa corriente eléctrica ahora, de acuerdo con algunos estudios científicos de la universidad de Stanford, puede ser identificable y en algunos casos, descifrable con un cierto nivel de éxito aceptable y perfectible en lo progresivo.
En otras palabras, la tecnología actual ha permitido descifrar esa actividad eléctrica neuronal para traducir los pensamientos en términos de palabras y emociones. A partir de los primeros experimentos con implantes cerebrales se abren nuevas perspectivas respecto a la utilidad de estos dispositivos, y por supuesto, nuevos horizontes éticos.
Elon Musk, el multimillonario propietario de la empresa Tesla y X, como se sabe, habría implantado en 2024, un chip intracraneal en Noland Arbaugh, un voluntario que había perdido el control de sus extremidades, a fin de que pudiera controlar una computadora únicamente con su mente, lo que podría ayudarle a recuperar en cierta medida su autonomía para algunas funciones cotidianas. Esta tecnología le ha permitido incluso controlar algunos dispositivos de su hogar sin mover un solo músculo.
En un artículo publicado en la revista Nature se reseña cómo pacientes con parálisis podían volver a hablar tras estimular eléctricamente la actividad en ciertas áreas del cerebro, a través de un emulador de voz parecido al dispositivo que le permitía comunicarse a Stephen Hawking.
Como se advierte, el desarrollo de este tipo de dispositivos o interfaz cerebro-computador (en inglés por sus siglas BCI), permiten tanto la transmisión externa de datos para el control de artefactos, como el caso de Arbaugh, como la inferencia de lo que ocurre hacia el interior del cerebro, como lo hacen en Stanford: es un camino de ida y vuelta.
A partir de la incursión de la Inteligencia Artificial, muchos de los experimentos y modelos que tardaban mucho tiempo en rendir resultados o plantear ajustes y adecuaciones continuos han posibilitado la aceleración de dichos procesos y con ello, los hallazgos en la materia se han incrementado en los últimos años y meses.
Por ello, es completamente razonable la preocupación de quienes señalan que hemos cruzado una frontera antes infranqueable: la mente humana.
El 5 de noviembre de 2025, la Organización de Naciones Unidas para la Educación, Ciencia y Cultura (Unesco) aprobó por unanimidad el primer instrumento regulatorio que declara la inviolabilidad de la mente humana (https://unesdoc.unesco.org/ark:/48223/pf0000394866 ). En la nota de prensa del organismo quedan de manifiesto las preocupaciones más apremiantes sobre el tema: “Además de las infracciones de la privacidad mental, la Recomendación identifica otros riesgos, en particular para niños y jóvenes, cuyos cerebros todavía están en desarrollo, y desaconseja su uso con fines no terapéuticos. También advierte contra el uso de esta tecnología en el lugar de trabajo para monitorear la productividad o crear categorías de empleados, e insiste en la necesidad de consentimiento explícito y total transparencia”.
¿Es la mente humana una “cosa” para ser leída y manipulada por los demás o su velo y custodia es el origen de su dignidad como persona?
CARLOS HORNELAS
carlos.hornelas@gmail.com
Profesor, periodista y analista. Experto en política y medios de comunicación.




