Pintores novohispanos en la Catedral de Mérida: Fray Miguel de Herrera (iI/ii)

Por Ángel E. Gutiérrez 

El cuadro al óleo de la autoría de fray Miguel de Herrera, fechado en 1730, que se conserva en la Catedral de Mérida destaca no sólo por sus grandes proporciones y por las circunstancias en que ha llegado hasta nuestros días, sino también por el tema y rico contenido simbólico que presenta.

Ya se ha señalado que, generalmente, esta obra ha sido considerada como una representación del dogma mariano de la Inmaculada Concepción o, de manera más inexacta, como la Asunción. En efecto, la figura de María –de tres cuartos de perfil, en actitud orante y portando corona imperial, túnica blanca y vaporoso manto azul, característicos de la iconografía inmaculista— ocupa el centro de la composición, la cual se resuelve en triangulo (que denota estabilidad, armonía y elevación), al que se superpone un círculo que centra la atención del espectador en la figura de la Virgen.

Diversos elementos simbólicos rodean a la imagen mariana. Forman parte de un discurso laudatorio que fue conformándose en la oratoria sagrada medieval y que, desde el siglo XVII, fue traducido al ámbito visual por los grabadores, pintores e iluminadores. Iconográficamente, este tipo de representación mariológica se denomina la Tota Pulchra. Hace referencia y ensalza la creencia católica sobre la virginidad perpetua de María; concepto que solamente sería declarado un dogma de fe en 1854 y que, desde el punto de vista pictórico, derivó en la iconografía tradicional de la Inmaculada Concepción.

El paisaje que se observa en la parte inferior del gran lienzo se conforma por algunas de las alegorías que aluden a la pureza virginal de María, tales como el huerto cercado, la fuente sellada, el vergel florido, la Torre de David, etc. Otros elementos se toman de la imagen de la “Mujer apocalíptica” descrita por el evangelista San Juan: el Sol de Justicia, que se entreve detrás de la Virgen y simboliza a Cristo; la Luna menguante, que es símbolo de san Juan, el precursor del Mesías, y al imponente figura de san Miguel Arcángel, príncipe de los ejércitos celestiales que, blandiendo una espada flamígera, está en actitud de combate y protege a María.

Por otra parte, la Tota Pulchra de la Catedral de Mérida aparece rodeada de una corte de figuras angélicas dispuestas en dos coros presididos, respectivamente, por Santo Domingo de Guzmán y San Francisco de Asís. Cada coro se conforma por tres gallardos ángeles que portan filacterias con inscripciones latinas tomadas de los textos bíblicos de Judith y del Cantar de los cantares, a partir de los cuales se conformó la antífona mariana “Tota Pulchra es, Maria, et macula originales non est in te…” En la segunda fila de los coros, se ubican angelillos músicos que portan instrumentos como el bajón, el violón, el arpa y la chirimía, algunos de los cuales eran empleados en las capillas de música de las catedrales y los conventos hispanos y novohispanos del siglo XVIII. En este sentido, considero que la Tota

Pulchra de la Catedral de Mérida denota también un sentido musical; como si se tratara de un concierto celeste que, como espejo de los coros de la Iglesia terrena, canta las glorias divinas y refleja la armonía de la creación.

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