RATIO ESSENDI

Con la vara que midas serás medido

Por Roberto A. Dorantes Sáenz

 

Uno de los defectos de la sociedad actualmente es ser juez de la vida de los demás. Con qué facilidad juzgamos la vida de los demás, sin tener idea remota de lo que ocurre en la vida de las personas que juzgamos.

El internet es un detonante para esta práctica tan común, el morbo se incrementa cuando se trata de escándalos, con qué facilidad creemos cuando leemos, vemos fotografías, videos de cosas vergonzantes de los demás. Este tipo de noticias se hacen virales y todos se vuelven jueces de la conducta de los demás.

Juzgar a los demás es lo más fácil, sin conocer las causas, el porqué de sus conductas, por eso debemos evitar publicar, compartir ese tipo de noticias escandalosas sobre la vida de otros.

Me pregunto si tenemos el derecho de juzgar a los demás, la privacidad de las personas debe ser respetada y nadie tiene el derecho de publicar la vida privada de las personas.

Existe algo que se conoce como juicio temerario. Sin darnos cuentas caemos con facilidad en esta forma de actuar, el pensar mal del prójimo sin motivo suficiente, es algo más que un pensar imprudente; es la convicción sobre la maldad del otro a la que se ha llegado sin razones convincentes.

Sin embargo, cuando hay motivos suficientes podemos pensar mal de los demás. Es preciso distinguir el juicio de la sospecha, la duda o la opinión.

El pensar del hombre se explicita en una escala de mayor o menor certeza según el asentimiento de la razón. Frente a las incertidumbres de la duda, la probabilidad de la sospecha o la apreciación de la opinión, el juicio es la afirmación rotunda y la seguridad; pero la falta de motivos convincentes y firmes lo convierte en temerario.

El juicio temerario es, pues, una convicción desfavorable, pero no debido a razones ciertas, sino con falta de un serio fundamento. Cuando los motivos del juicio son ciertos no emitimos un juicio temerario sino que estamos, sencillamente, en la verdad.

Esta distinción nocional responde a diferentes estratos psicológicos, pero siempre será difícil separarlos como si correspondiesen a zonas distintas de nuestro yo. De aquí que no conviene insistir sobre la necesidad de un asentimiento perfecto para que se cometa un juicio temerario. ¿Quién puede estar absolutamente cierto? Moralmente, es preferible insistir en el aspecto positivo del juicio que no condena, sino que vive de la caridad. San Pablo nos afirma que la caridad “no piensa mal de nadie… todo lo excusa… se alegra con la verdad”.

Cuando hablemos de las demás personas procuremos expresar las cosas positivas de quien hablamos. Ahora bien, si no tenemos cosas positivas es mejor no mencionar a los demás, recordemos que las personas de éxito hablan de ideas, y no de los defectos de los demás.

Se podría afirmar que un juicio temerario es una calumnia silenciosamente elaborada. ¿Qué falta para que se transforme en difamación? Sólo una palabra o una señal o, a lo más, un calculado silencio. Sobre la nobleza y grandeza de espíritu se levanta la virtud de la caridad, que lleva a un verdadero amor al prójimo, que es comprensiva y todo lo disculpa. El hombre honrado no aventura su opinión y su misma honradez le lleva a juzgar bien de todos.

Santo Tomás de Aquino señala tres razones que con frecuencia motivan el juicio temerario: Primera la propia malicia personal que lleva a juzgar a los otros como participantes de su misma falta. Recoge las palabras del Eclesiástico (10,3): “El necio que va por la calle, porque él es imbécil, cree que los demás son imbéciles como él”. La segunda razón que motiva el juicio temerario es la envidia y el deseo del mal del prójimo que le lleva a exagerar y “convertir en realidad aquello que desea”. Y por último, la edad y las amargas experiencias. Es la afirmación de Aristóteles: “Los ancianos son sospechosos porque tienen experiencia de los defectos del hombre”. Otra razón que motiva los juicios temerarios es la precipitación que lleva a muchos, entre ligeros y vanidosos, a juzgar sin reflexión.

Es preciso distinguir entre el juicio sobre las personas y sobre los hechos. Los hechos se pueden y se deben juzgar, de lo contrario se nos va el pulso de la vida y se caería en el escepticismo o en un relativismo absoluto. El juicio sobre actitudes e intenciones personales cae con facilidad en temerario porque entran en juego una serie de factores psicológicos que pueden deformar nuestra visión. En todo caso, siempre se pueden ocultar motivos y razones que harán insuficientes nuestros elementos de juicio

Por último recuerda que con la vara que midas serás medido. Tengamos cuidado, no queramos juzgar, cada uno ve las cosas desde su punto de vista y con su entendimiento, bien limitado casi siempre.

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