Ratio Essendi

Comunicación de Dios hacia el hombre

Roberto A. Dorantes Sáenz

Todos podemos “hablar” con Dios, a través de la oración y de la meditación, esto es mantener un diálogo interno con ese Ser Supremo que es Dios, expresarle nuestras preocupaciones, necesidades, agradecimiento por las cosas buenas, entre otras cosas, pero cuando alguien dice: “Dios me ha hablado”, debemos tener cuidado con ese tipo de expresiones.

¿Es posible que Dios hable a los hombres? A esta acción se le conoce como Revelación, y la Enciclopedia Católica nos lo define de la siguiente manera: El término “Revelación” puede ser definido como la comunicación de una verdad por Dios a una criatura racional por medios que están más allá del comportamiento ordinario de la naturaleza.

Las verdades reveladas pueden ser tales que de otro modo sean inaccesibles a la mente humana. A estas verdades se les conoce como misterios que, aun siendo revelados, el intelecto del hombre es incapaz de penetrarlos completamente.

Sin embargo la Revelación no se restringe a éstas. Dios puede juzgar conveniente utilizar medios  sobrenaturales para afirmar verdades cuyo descubrimiento no se encuentra por sí mismo fuera de las facultades de la razón.

La esencia de la Revelación radica en el hecho de que es el diálogo directo de Dios al hombre. El modo de comunicación puede ser mediato. La Revelación no deja de ser tal si el mensaje divino nos es transmitido por un  profeta, quien es el único que recibe la comunicación inmediata. Esto es sucintamente lo que dice de la Revelación el Concilio Vaticano I en su Constitución “De Fide Catholica”. El  decreto “Lamenatabili” (3 de julio de 1907), condenando una proposición contraria, declara que los dogmas que la Iglesia presenta como revelados son “verdades descendidas del cielo” (veritates e coelo delapsoe) y no “una cierta interpretación de hechos religiosos que la mente humana ha logrado mediante un laborioso esfuerzo”.

Nos podemos plantear la siguiente pregunta: ¿existe la probabilidad o necesidad de que Dios se comunique con el hombre? Esta posibilidad ha sido y es negada por pensadores contrarios a la existencia de Dios.

Sus antagonistas son los Racionalistas y los Inmanestistas, de acuerdo a los diferentes puntos de vista desde los que dirigen su ataque.

Con el término Racionalistas incluimos tanto a autores deístas como  agnósticos. Aquéllos que adoptan esta postura se apoyan principalmente sobre dos objeciones fundamentales: o pretenden que lo milagroso es imposible, y que la Revelación implica una intervención milagrosa por parte de la Deidad, o recurren a la autonomía de la razón, que, según se sostiene, puede únicamente aceptar como verdades los efectos de sus propias actividades.

 A los Inmanentistas se les puede identificar con todos aquellos cuyas objeciones se basan en doctrinas kantianas o  hegelianas acerca del carácter subjetivo de todo nuestro conocimiento. Las perspectivas de estos escritores suponen frecuentemente una doctrina puramente panteísta. Pero incluso quienes repudian el panteísmo sustituyen al Dios personal, gobernante y juez del mundo, a quien el cristianismo predica, por la vaga noción del “Espíritu” inmanente en todos los hombres, y consideran todos los credos religiosos como intentos del alma humana de hallar expresión para su experiencia interior. Por lo tanto ninguna religión,  pagana o cristiana, es totalmente  falsa, mas ninguna puede pretender ser un mensaje de Dios libre de cualquier mezcla de error. Es evidente que la cuestión sobre la posibilidad de la Revelación es uno de los puntos más vitales de la apologética cristiana.

Uno de los argumentos sobre la posibilidad de la Revelación es el siguiente: Una vez establecida la  existencia de un Dios personal, al menos la posibilidad física de la Revelación es innegable. Dios, quien ha dotado al hombre de los medios de comunicar sus pensamientos a sus semejantes, no puede carecer de la facultad de comunicarnos sus propios pensamientos.

¿Puede decirse que la Revelación es necesaria para el hombre? No hay lugar a duda en cuanto a su necesidad si se admite que Dios destina al hombre para lograr una beatitud  sobrenatural que sobrepasa las posibilidades de sus capacidades naturales. En ese caso, Dios debe revelar igualmente la existencia de ese fin sobrenatural y los medios por los cuales hemos de conseguirlos.

Pero ¿es la Revelación necesaria incluso para que el hombre observe los preceptos de la Ley Natural? Si se ve a nuestra especie en su condición actual como la historia la expone, la respuesta sólo puede ser que, moralmente hablando, es imposible para los hombres, sin ayuda de la Revelación, obtener por sus facultades naturales un conocimiento de aquella ley en la medida que es suficiente para la recta ordenación de la vida. En otras palabras, la Revelación es moralmente necesaria, aunque no decimos que sea absolutamente necesaria

La historia de la humanidad es un argumento, es  notorio que hasta las más civilizadas de las culturas paganas han caído en los más crasos errores acerca de la Ley Natural; y se puede decir sin duda que nunca habrían emergido de ellos.

Para que los hombres sean capaces de obtener el conocimiento de la Ley Natural que les permita ordenar rectamente su vida, las verdades de esa ley deben ser tan sencillas que la masa de los hombres pueda descubrirla sin dilación y poseer un conocimiento de ellas a la vez libre de toda incertidumbre y resguardado de error grave.

Ningún hombre sensato sostendrá que esto es posible para la mayor parte de la humanidad. Hasta las verdades más vitales se cuestionan y objetan seriamente. Separar la verdad del error es una obra que implica tiempo y esfuerzo, y la mayoría de los hombres no tiene inclinación ni oportunidad para ello.

Sin la seguridad que otorga la Revelación, se desentenderían de una obligación tediosa e incierta. Se sigue, entonces, que una Revelación incluso de la Ley Natural es, para el hombre en su estado actual, una necesidad moral.

Nos quedamos con este argumento moral; en el próximo artículo hablaré sobre los criterios para discernir sobre verdadera Revelación.

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