RATIO ESSENDI

Muerte de un ateo

Por Roberto A. Dorantes Sáenz

 

Anteayer sábado me encontré con la noticia de la muerte de Fidel Castro, dictador comunista-leninista-ateo. Leer la noticia me causó un sentimiento de asombro, no fue de alegría ni de tristeza; al terminar de leer la noticia lo único que expresé es que a nadie se le desea mal que: descanse en paz el señor Fidel Castro.

Fidel Castro llegó al poder en Cuba en enero de 1959, tras una insurgencia armada que derrocó al dictador Fulgencio Batista. Tras declararse marxista-leninista y anunciar que conduciría a Cuba al comunismo, suprimiendo diversas instituciones católicas en la isla, Castro fue excomulgado por San Juan XXIII, en 1962.

Murió Fidel Castro, el revolucionario de Cuba que impuso el comunismo en un pueblo que creyó en él; murió Fidel Castro, el que dejó una secuela de muerte durante la revolución cubana y que sembró esperanza a la nación cubana con la imposición de esa doctrina política.

Doctrina que combate a Dios y a la religión como denunciaba la Iglesia en la Carta Encíclica Divini Redemptoris del Sumo Pontífice Pío XI sobre el comunismo ateo: “que despoja al hombre de su libertad, principio normativo de su conducta moral, y suprime en la persona humana toda dignidad y todo freno moral eficaz contra el asalto de los estímulos ciegos. Al ser la persona humana, en el comunismo, una simple ruedecilla del engranaje total, niegan al individuo, para atribuirlos a la colectividad, todos los derechos naturales propios de la personalidad humana”.

“En las relaciones sociales de los hombres afirman el principio de la absoluta igualdad, rechazando toda autoridad jerárquica establecida por Dios, incluso la de los padres; porque, según ellos, todo lo que los hombres llaman autoridad y subordinación deriva exclusivamente de la colectividad como de su primera y única fuente”.

“Los individuos no tienen derecho alguno de propiedad sobre los bienes naturales y sobre los medios de producción, porque, siendo éstos fuente de otros bienes, su posesión conduciría al predominio de un hombre sobre otro. Por esto precisamente, por ser la fuente principal de toda esclavitud económica, debe ser destruida radicalmente, según los comunistas, toda especie de propiedad privada”.

No se dan a conocer los detalles de la muerte de Fidel, y me quedo con la imaginación de cómo pudo haber sido ese momento. A continuación transcribo la anécdota sobre la muerte de otro anticatólico, sin ninguna pretensión, sólo por vía de ejemplo, y sin pretender afirmar de manera categórica la eterna condenación de ambos, vamos a recoger aquí el final desastroso de un personaje histórico, enemigo declarado de la Iglesia Católica: Voltaire.

¿Quién no conoce a Voltaire, el patriarca de la incredulidad? Murió la noche del 30 al 31 de mayo de 1778, a los 84 años de edad. Su médico, M. Trochin, protestante, testigo ocular de cuanto sucedió en los últimos momentos del desgraciado, escribía a Bonnet el 27 de junio de 1778 (27 días después de la muerte del famoso incrédulo): Poco tiempo antes de su muerte, M. Voltaire, preso de furiosas agitaciones, gritaba furibundamente: Estoy abandonado de Dios y de los hombres. Hubiera querido yo, añade el médico, que todos los que han sido seducidos por sus libros hubieran sido testigos de aquella muerte. No era posible presenciar semejante espectáculo. Yo no puedo acordarme de él sin horror. Cuando se convenció de que todo lo que se hacía para aumentar sus fuerzas producía un efecto contrario, la muerte estuvo siempre ante sus ojos. Desde ese momento la rabia se apoderó de su alma. Imaginad los furores de Orestes: furiis agitatus obiit. Así murió Voltaire, según relata Francisco María Aruet.

Fidel Castro cambió su postura del siglo pasado, moderó sus políticas y su filosofía tanto que recibió a tres Papas en Cuba: en enero de 1998 San Juan Pablo II visitó Cuba, y alentó a que “Cuba se abra con todas sus magníficas posibilidades al mundo y que el mundo se abra a Cuba”. Para finales de ese año, Fidel permitió por primera vez que se celebrara la Navidad en la isla.

La muerte de Fidel nos debe llevar a reflexionar sobre ese momento decisivo de nuestras vidas. No pretendo ni deseo como católico creyente desearle mal a nadie; al contrario, oro por su alma pidiendo su descanso eterno. Por eso termino con un Fidel Castro Requiescat in Pace. Descanse en paz.

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