Ratio essendi

El satanismo, una realidad

Por Roberto A. Dorantes Sáenz

Hace tres semanas un amigo me hizo una consulta sobre la existencia del mal, la posibilidad de que las personas sufran de hechicería o embrujos, la pregunta  central de la plática fue la siguiente: ¿realmente existen estas cosas del malo?

Para responder esta pregunta debemos definir el mal: “El mal no es una esencia o naturaleza, ni una forma, ni un ser: el mal es una ausencia de ser; no es una simple ausencia o negación, sino una privación: la privación de un bien que debería existir en una cosa”. Para comprender esta definición mostremos algunos ejemplos sobre el mal, privación de un bien, aquella persona que tiene un solo ojo, la falta de uno de sus ojos es un mal para esta persona; la falta de compasión se puede tomar como un mal, aquella persona que no es capaz de compadecerse ante el sufrimiento ajeno y además se alegra, podemos afirmar que esa persona tiene malicia y nos encontramos con la ausencia de bondad.

Según esto la ausencia o la privación de un bien lo definimos como mal ontológico. Ahora bien, nos planteamos una serie de preguntas con respecto al mal, puede existir un ser que sea maligno, el demonio, ¿existe? ¿Cómo es? ¿Cómo actúa? ¿Dónde?

Hoy hay quienes niegan la existencia del Satanás, diciendo que nunca lo han visto con sus ojos ni tocado con sus manos. Otros dicen que eso fue invención de mentes un poco enfermas o atormentadas, que quisieron meter miedo a la gente sencilla y de salud quebrada, para sacarle dinero y conquistarla para sí. También hay quien dice que lo inventó la religión católica para tener a todos sus adeptos bien calladitos y buenos, porque, si no, Satanás les llevaría al infierno. Otros, sobre todo predicadores, han preferido no hablar del Diablo. ¿Por qué? ¿Ha pasado de moda? ¿Miedo a caer mal a la gente que les escucha? No sé.

La existencia del demonio se comprueba a través de las Sagradas Escrituras, en ella se hace mención de su existencia, obviamente no vemos al demonio porque es un ser invisible, no material. Pero es un ser concreto, real. Es el ángel que se rebeló contra Dios y se convirtió en demonio, en ángel malo, rebelde, apóstata. Y a él le siguieron otros ángeles rebeldes, a quienes llamamos demonios.

Hay una acción ordinaria del demonio, que el mismo Jesús experimentó. Quiere tentarnos al mal (Mt 4, 1-11). Y nos tienta en lo más débil que todos tenemos: el ansia de tener (ambición), el deseo de disfrutar (materialismo y sensualidad), y el anhelo de sobresalir (vanidad).

Y hay una acción extraordinaria. Nunca se puede meter en nuestra alma, a no ser que le abramos nosotros consciente y libremente la puerta. Pero sí puede meterse en nuestro cuerpo. Es lo que se llama posesión diabólica. El diablo se apodera del cuerpo, sin que la víctima pueda resistirse. Le hace hablar lenguas nuevas, demostrar una fuerza excepcional, revelar cosas ocultas. Esa persona patea, muerde, araña. Otras veces, esta acción extraordinaria la hace el demonio provocando sufrimientos físicos.

Otra cosa que debemos señalar es que hay personas que se dedican al satanismo. Cuando hablamos de satanismo nos referimos a personas, grupos o movimientos que, de manera aislada o estructurada en mayor o menor grado, con una cierta organización, practican algún tipo de culto (por ejemplo: adoración, veneración, evocación) al que se refiere la Biblia como Demonio, Diablo o Satanás.

En lo personal me queda claro que nuestra sociedad tiene hambre de espiritualidad. El problema es que las personas buscan en todos los lugares equivocados. El poder del Demonio se manifiesta donde hay caos, desorden moral, supersticiones, asesinatos, desenfreno sexual.

Ya para concluir dejo el Testimonio de Gerardo García, conferencista y experto en estos temas:

“Contaré a ustedes sobre un hombre, amigo mío, que fue santero. Aprendió todo lo relacionado con el adoctrinamiento, los libros y rituales; los maleficios, conjuros y hechizos; las imágenes de demonios y cómo usarlas, etc. Su ‘padrino’ o santero mayor fue vigilando por años todo su proceso a través de iniciaciones correspondientes a cada nivel. Esta persona completó toda su formación y lo único que le faltaba, a decir de su ‘padrino’, era hacer el pacto definitivo con Satanás, el cual consistía en entregarle su alma y someterse por completo a su poder. Una idea comenzó a rondar entonces por la cabeza de mi amigo, pero una que él mismo no sabía explicar ya que, si en toda su formación e iniciaciones se sintió completamente seguro de lo que estaba emprendiendo, esta vez una sensación de miedo –que después identificó como el deseo de Dios– le hizo cuestionarse en su propósito: una visión de la condenación eterna, que le atormentó constantemente a tal grado que le impedía dormir por las noches.

“Así, el ‘ahijado’ daba largas y excusas para la fecha de su consagración definitiva al Diablo, lo que provocó que la paciencia del ‘padrino”se agotara. Y comenzó su calvario, porque de una manera inexplicable para la lógica humana comenzaron a ocurrir ciertos hechos: en todas las fotos familiares aparecía el santero mayor, colocado en algún ángulo de la imagen, detrás o a un lado de él o de alguno de sus hijos; su mirada siempre estaba fija al frente. También, en algunas ocasiones, mientras dormía con su esposa en el lecho matrimonial, el ‘padrino’ se aparecía y materializaba en su recámara a las 3 ó 4 de la mañana; sólo le miraba fijamente recordándole la promesa que había hecho de servir al Príncipe de este mundo. Fue entonces que buscó ayuda en la Iglesia”.

Hasta aquí el testimonio, puede sonar a fantasía, muchos no creerán esta historia, pero lo que es innegable y en lo que debemos reflexionar es el siguiente hecho: que la sociedad actual presenta una adhesión de dimensiones inesperadas a sectas satánicas, a la participación en los ritos introducidos por éstas, a la invocación de seres demoníacos, el culto personal y solitario al Demonio, y la afirmación de ideas provenientes del ambiente satanista. Recordemos que la mejor arma del Demonio es negar su existencia. Tengamos presente lo siguiente: “Toda la vida humana, la individual y colectiva, se presenta como una lucha, y por cierto dramática, entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas”.

“A través de toda la historia humana existe una dura batalla contra el poder de las tinieblas que, iniciada en los orígenes del mundo, durará, como dice el Señor, hasta el día final” (Concilio Vat II, Gaudium et Spes #13).

 

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