En otro momento, las campañas políticas tenían la intención de que los postulantes conocieran las necesidades de la gente para incluirlas en plataformas específicas de políticas públicas a su llegada al poder. Asimismo, eran determinantes para que el ciudadano común y corriente pudiera identificar, poner un rostro a una opción a la hora de votar, vaya, para humanizar un proceso que siempre parece lejano, administrativo y engorroso.
Para tal efecto, los políticos recorrían a pie toda la geografía que les era posible para abarcarla en toda su extensión a nivel de campo. Primero por caballos, carretas y trenes, luego en autobuses y hasta aviones. Eran baños de pueblo en el cual el carisma del postulante era puesto a prueba. En cada locación les esperaba una comitiva y se reunía con sus posibles sufragistas.
En la actualidad, hay políticos que son conocidos no por el contacto personal en sus lugares de origen sino por su presencia mediática. Las postrimerías del siglo pasado nos heredaron la planeación estratégica y por segmento de los candidatos en un pool de medios dirigido a distintas audiencias o targets con características específicas y segmentadas.
Con la llegada de las campañas por televisión toda la política cambió. El primer debate que fue televisado enfrentó en posiciones opuestas a dos candidatos que representaban las diferencias no sólo políticas, sino de eras en la comunicación. Mientras Nixon conquistaba a sus adeptos con su voz parsimoniosa, calculada y un discurso articulado, llevaba la ventaja para quienes lo seguían por radio. Pero quienes veían los monitores de la televisión fueron seducidos por la jovial imagen de John Fitzgerald Kennedy, quien lucía como una estrella rutilante de la pantalla.
La radio había perdido el protagonismo que alguna vez adquirió en la conciencia de los votantes y en la formación de la opinión pública para ceder terreno a la imagen evanescente de la televisión y a la importancia cosmética de la forma en lugar del contenido.
Dice Dominique Wolton que, si bien la prensa y la radio acudían al llamado a donde estuvieran los políticos, la televisión cambió las cosas: los políticos se pelean por un espacio en la televisión, por un estrellato de cinco minutos de fama. Es la lógica con la cual en 1968 se legisló para tener tiempos oficiales del Estado en los medios de comunicación electrónica, advirtiendo el poder de los recién llegados a la arena política.
Es la misma lógica de la reforma electoral de 2007, cuando se establecieron principios de acceso a los mismos para todas las fuerzas políticas durante los llamados tiempos oficiales que son parte de las obligaciones tributarias de los concesionarios de televisión y radio.
Hoy, en 2017, se siguen escuchando voces de unos y otros quejándose por la cantidad de spots que se transmitirán durante la contienda electoral arguyendo que llevarán al hartazgo a la ciudadanía. Por supuesto no se reflexiona que la propaganda comercial es mucho mayor y tal vez con peores secuelas.
Sin embargo, para la segunda decena del siglo XXI, la televisión ya perdió el estrellato y sus estertores se sienten entre quienes crecimos con ella. La televisión ha muerto. Larga vida a la política a través de internet. Lo de hoy son las redes sociales. Mientras quienes no han cambiado de siglo se siguen preocupando por los spots basados en la imagen del candidato y su apariencia estética, las redes sociales han llevado al ciudadano a destrozar la imagen de cuanto no creen auténtico. La república de los memes deshace cotidianamente la imagen de cuanto político salga a escena de una manera fulminante. Son graciosos, oportunos, mordaces, insidiosos y están de moda. El bufón destronó al rey quien seguía paseándose con su traje nuevo, como en el cuento: desnudo, pretencioso, arrogante y vacío.
Esperemos que los políticos se adapten a la nueva era, de otro modo, serán desplazados como un producto más en el mercado, como algo que finalmente quedó relegado como cosa del pasado. Si siguen creyendo en las hordas de bots que se auto-fabrican, será mejor que alguien les diga que la broma sólo se la creen ellos.
Carlos Hornelas.
Profesor, periodista y analista. No hay tema que no sepa diseccionar con precisión de cirujano. Experto en política y medios de comunicación.