Ritos

Enrique Vera
Psicólogo y analista político

Se ha convertido en un lugar común demeritar las festividades del calendario. El año está por terminar y no falta el mangurrian que piensa que, adoptar una pose descreída y cínica con respecto a los ritos sociales que realiza el ser humano, lo vuelve más interesante. “Es otro día más”, exclama tu primo.

La cita con el fin del año en el calendario es muy importantes para el ser humano ya que le permite, simbólicamente, hacer una reelaboración, una reflexión, cerrar un ciclo sobre sucedido hasta antes del 31 de diciembre, pero sobre todo, para preservar la esperanza: tener confianza en que podemos salir adelante. “Probablemente de todos nuestros sentimientos, el único que no es verdaderamente nuestro es la esperanza. La esperanza le pertenece a la vida, es la vida misma defendiéndose”, escribió Julio Cortázar.

Hemos vivido dos años de excepcionalidad con la pandemia. Pasamos del shock inmediato cuando todo saltó por los aires y tuvimos que confinarnos- los que pudieron hacerlo. Si algo nos enseñó la crisis del covid-19 es que no todos íbamos en el mismo barco; algunos incluso iban en balsa o en lancha, muchísimos más inclusive iban nadando- a una especie de letargo impuesto por la nueva variante ómicron donde lo nuevo no acaba de llegar ni lo viejo termina de morir; una suerte de marasmo donde cada vez más ciudadanos acatan las medidas de seguridad adoptadas por los gobiernos con mucho mayor reticencias.

La gente está agotada mentalmente de la excepcionalidad permanente- válgase la redundancia- que resultó ser la pandemia. Hay un ánimo social donde la gente quiere que dejen de regañarla, que la dejen un poco, que la dejen en paz, ser parte de la reactivación económica y poder tener la posibilidad que desarrollar sus proyectos de vitales: tener una vida, por ejemplo.

Sin embargo, todo lo anterior resulta problemático cuando está de por medio la salud de millones de personas y como gobierno de cualquier país del mundo tienes que preservar el bienestar de tus ciudadanos.

Debido a la nueva variante del coronavirus, nos encontramos entre una disputa entre una pulsión de vida: salir, reunirnos, celebrar todos aquellos ritos que nos hemos otorgado para vivir en sociedad y una pulsión de muerte: poner en peligro tanto la vida propia como las demás en esas ansias de vivir. Sin lugar a dudas  siempre que habrá que apelar a la responsabilidad por el bien común.

La diferencia entre la esperanza y la ilusión es que la primera tiene algún fundamento en la realidad mientras que la segunda es pura ensoñación. Hay que ser un pesimista esperanzado ya que los discursos fatalistas invitan a la parálisis y el mundo no está para quedarse quieto. El futuro como promesa de algo mejor no es una llegada en automático, hay que trabajarlo.

Se viene un año lleno de retos como sociedad y toca estar a la altura. Pero para eso hace falta estar vivo.

Seamos optimistas, pero por favor no seamos ingenuos. Cuidemos la vida.

Feliz año.

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