SEGUNDA PLANA – PUNTO MEDIO

COMO EL MANGLE, el conflicto que estalló la noche del viernes al sábado en el puerto de Celestún tiene raíces amplias y profundas, que en esta columna le trataremos de exponer, luego de que hace unos meses le informamos, en una serie de trabajos periodísticos, sobre los casos de compra y venta de terrenos costeros que involucran a autoridades de prácticamente todos los niveles. Por la complejidad del caso, en esta ocasión el espacio sólo nos alcanzará para los primeros planteamientos. Lo primero que cabría apuntar es que, para mala suerte de quienes tratan de apropiarse de cualquier forma de los predios costeros –aunque pertenezcan a la zona marítima federal, como es el caso, según parece, de los que están en disputa en el puerto celestunense–, los habitantes porteños ya están hartos de que les vean la cara y de que cualquier sujeto con un poco o un mucho de influencia política y/o poder económico se apropie del patrimonio que ellos, los nativos del puerto, sienten suyo. Esa sensación de propiedad, ese toque de dignidad, no es una característica que ese dé igual en todos los puertos, porque en algunos es muy marcada y evidente la dejadez y la convicción de que nada se puede hacer contra los abusos de los poderosos. En Celestún los vecinos dijeron “ya basta” de una manera contundente y, quizá lamentablemente, también violenta.

LO SEGUNDO QUE se puede decir de este caso, del cual hoy les ofrecemos amplía información recabada por uno de nuestros reporteros que viajó hasta el lugar de los hechos, es que es un asunto antiguo, lo que se hace evidente observando la situación que guarda la mayor parte de la costa yucateca: de Progreso a Dzilam de Bravo, por ejemplo, prácticamente no hay tramo de la franja costera que no esté bloqueado, mayormente con alambre de púas, para que sea propiedad de alguien, y el bloqueo es tan amplio y tan cerrado que no hay manera de que una persona cualquiera pueda llegar de la carretera al agua del mar, a no ser que sea en las zonas de viviendas de los puertos. Esa situación se origina en que casi cualquier persona que alcanza cierto nivel económico o político coloca entre sus prioridades hacerse, de cualquier manera, incluso ilegal, de una residencia lo más cerca posible del mar, porque eso le da un estatus superior, similar al que puede aportar la propiedad de un yate. Y esa ambición genera, como ya hemos expuesto y como se repite ahora en Celestún, una serie de presiones para que ciertas personas que realicen todas las maniobras posibles a fin de hacerse de los predios costeros, incluso de algunos que están dentro de reservas estatales o federales. Ya continuaremos este tema.

VALE LA PENA ocuparnos también de la difícil situación que atraviesa en estos días la apicultura, una actividad de suma importancia económica y cultural para nuestro estado. La producción de miel, que en Yucatán es artesanal o apenas familiar –a diferencia de otros estados, como Veracruz, donde alcanza inclusive nivel empresarial–, está en crisis debido a la fuerte y prolongada sequía, que ocasiona la mortandad y migración de las colonias de abejas, golpeando severamente a los campesinos dedicados a esta actividad. Es en este tipo de situaciones cuando se nota dramáticamente la fragilidad de la apicultura yucateca, que durante décadas ha dado de comer a cientos o miles de familias, pero que prácticamente sólo ha recibido en todo ese tiempo algunas migajas de apoyo de las autoridades de cualquier nivel. En lugar de que se le impulse como una actividad cuya importancia es reconocida a nivel mundial, y de que se generen programas integrales a mediano y largo plazos para hacerla más productiva, el respaldo oficial se limita a ciertos regalos “tradicionales”, como costales de azúcar para alimentar a las abejas en tiempo de escasez de floración, y algunos implementos o materiales básicos para el trabajo apícola. Ése es el primer y más importante problema al que se enfrenta la apicultura: la falta de programas que rebasen el discurso fácil, e impulsen el desarrollo de una actividad que hasta ahora sólo es sostenida por campesinos de escasos recursos, a los que sólo impulsa su amor por estos insectos que durante milenios han sido símbolo de laboriosidad, como ellos. Ya seguiremos con el tema.

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