Mario Barghomz
mbarghomz2012@hotmail.com
Somos lo que somos, sí. Pero lo que vemos, lo que hablamos, lo que oímos y lo que sentimos es gracias a nuestro cerebro. Sin cerebro no seríamos lo que somos.
Toda acción humana vinculada a nuestros sentidos, ocurre en el intrincado universo de nuestra red neuronal (86 mil millones de neuronas). Tanto la serenidad como el gozo, la tristeza, el temor o el enojo proceden de nuestros estados de ánimo procesados en nuestro cerebro. La misma expectativa de tener un plan o un proyecto, el gusto y la motivación para realizarlo; dependerá de cómo nuestros neurotransmisores, conexiones sinápticas (particularmente la “dopamina”), responden al estímulo.
De partes específicas de nuestro cerebro como el “hipotálamo”, dependen las funciones básicas de nuestra vida como la temperatura corporal, la regulación del sueño y de la digestión, de la presión arterial y la función cardiovascular, además del comando de la liberación de hormonas a cargo de la hipófisis (pituitaria). Un daño en el hipotálamo, implicaría asimismo un daño de todas nuestras funciones autónomas.
Las hormonas (agentes bioquímicos) liberadas por nuestro Sistema Nervioso Central (SNC) cumplen la función de regular nuestras emociones y mantener nuestro equilibrio diario. Cuando no ocurre de esa manera y una o algunas de ellas no son generadas, el sistema emocional se desregula (se trastorna) provocando estados de ansiedad, estrés o depresión.
La falta de “serotonina” en nuestro sistema, por ejemplo, impedirá que nos sintamos más tranquilos y en paz, menos ansiosos y con más equilibrio emocional. La serotonina en su equivalencia en fármaco, es lo que regularmente se receta a un paciente con un trastorno de ansiedad, depresión o esquizofrenia.
Entre ser y cerebro existe una alianza natural que permite que el primero (el ser) mantenga su estabilidad en la vida. La naturaleza misma de esta relación que hoy apenas comenzamos a comprender a través de la Neurociencia; es la que hace posible que podamos avizorar las facultades de nuestro cerebro para entender el proceso y el mantenimiento vital de nuestra vida.
Es el cerebro lo que realmente nos mantiene con vida y quien nos permite, dada su flexibilidad neuronal (su plasticidad), hacer los cambios necesarios, ajustes en el proceso de nuestra existencia, adaptaciones, rectificación de errores, aceptación de situaciones, razonamientos previos y en tiempo real, ejecución de planes, elaboración de sentimientos, mantenimiento de memoria y proyección y control de nuestro bienestar, más la homeostasis necesaria para que el resto de nuestro organismo funcione en armonía y funcionalidad.
La misma facultad de hablar, escribir, recordar o sentir; se encuentran en cada una de nuestras áreas cerebrales. Nuestro “temporal izquierdo”, específicamente en el área de Broca y Wernicke se encuentra nuestra facultad de hablar y escribir, así como entender lo que se escribe o se habla. Una lesión en esa área (ACV) impediría que recordáramos la simple habilidad de hablar y escribir.
Nuestros recuerdos, lejanos o inmediatos, también se almacenan ahí, en la parte llamada “hipocampo”, que se encuentra en el centro mismo de nuestro encéfalo, en el área también llamada “límbica” y que es donde se generan nuestras emociones y sentimientos.
Es también el cerebro quien nos protege en caso de estar frente a una situación extraordinaria, de peligro inmediato o riesgo inminente, poniéndonos en alerta y activando nuestro sistema nervioso simpático que pertenece a la red nerviosa periférica de nuestro organismo, liberando “cortisol” y “adrenalina” a través de la “amígdala cerebral” y las “glándulas suprarrenales”, más la parte que corresponde por aferencia a la misma “médula espinal” para responder, luchar o alejarnos del peligro.
A veces un simple ataque de ira o pánico, serán suficientes para bloquear todos los neurotransmisores que nos proveen de serenidad, equilibrio, alegría (serotonina, dopamina, oxitocina, endorfinas) y alterar nuestro sistema nervioso para ponernos en guardia y defensa ante una situación real o imaginaria.
Sin cerebro, ¿quién miraría por nosotros? ¿quién escucharía? ¿quién sentiría? ¿quién pensaría?,
¿quién recordaría tanto aquellos días plenos como los que nunca lo fueron? ¿… Quiénes seríamos?