Sobre el destino

Mario Barghomz
mbarghomz2012@hotmail.com

Sobre el destino se ha escrito mucho, pero nada preciso, sino vago y metafísico (pero de esa idea de metafísica no filosófica, sino bastante peregrina). Suele también creerse que todo destino ya está dado, por lo que todo depende de lo que Dios haya dispuesto. Lo que me parece equivocado ya que contamos con un juicio (libre albedrío) que el mismo Dios dispuso para que tomáramos nuestras propias decisiones.

También Dios puso en nosotros el alma, lo que en el ámbito de la filosofía clásica representa la mente y el razonamiento para pensar y decidir lo que hacemos. Así pues, parece que el destino (nuestro destino) dependerá siempre de nosotros mismos, de lo que hagamos o no con nuestras vidas, con el devenir -diría Martín Heidegger- que a cada uno corresponde elegir.

Y qué difícil elegir cuando hay la suficiente libertad para hacerlo. Lo que seamos o no (esto lo diría Sartre) corresponde a nosotros mismos. “Cada hombre es lo que hace con lo que hicieron de él” -dice Sartre-. Y el destino, dice otro de esos buenos autores, es todo aquello que nunca dejará de sucedernos. Pero lo que suceda (esto lo digo yo) será porque nosotros mismos lo elegimos o no.

Los estoicos (sobre todo Marco Aurelio) hablaban de todo aquello que debía (y podía) sucedernos, y como tal debíamos aceptar; tanto el bien como el mal. El sufrimiento, aunque tuviera que ver con un destino adverso; debía ser visto como parte de nuestra naturaleza humana. La muerte misma debía ser aceptada porque simple y sencillamente forma parte de nuestra naturaleza existencial.

Aceptar lo que me hace bien -dice Epicteto-, y aprender a ver la diferencia entre el bien y lo que no lo es. Hacer frente y luchar por aquello que puedo remediar, y asimismo aceptar lo que no está en mis manos resolver.

“Soy el dueño (el amo) de mi destino y el capitán de mi alma”, escribió William E. Henley, en su poema “Invictus”. Por lo que en cada destino humano se trata de tomar decisiones que, buenas o malas, serán parte de nuestra propia elección. Pero tampoco se trata sólo de aquellas grandes decisiones de nuestra vida como casarse, tener un hijo, divorciarse, donar la mitad de nuestro hígado, cambiar de género… Sino hasta de las más simples como elegir qué comer, aprender a dormir, salir o quedarse en casa, leer o no un libro, hablar o callarse… Porque muchas veces nuestro destino dependerá de estos simples actos de voluntad.

Los grandes personajes de la historia, ficticios o no, nos servirían de ejemplo. Eneas, el personaje de Virgilio en la Eneida (la obra que lo representa), decide marcharse del reino de Dido quien le ha pedido quedarse y se case con ella. Eneas decide marcharse; él fundará Roma.

Marco Antonio decide no obedecer la orden de Cesar, de someter a Cleopatra y regresar a Roma. Así se convierte en un traidor y morirá en Egipto junto con Cleopatra. Esta historia la escribirá luego Shakespeare. Ofelia, enamorada de Hamlet (son personajes de Shakespeare), de pronto se encuentra en una disyuntiva entre obedecer a su padre o guardar su lealtad a Hamlet. Ofelia decide suicidarse.

Cuando Sócrates fue sentenciado a tomar la cicuta, él pudo escapar o defenderse. Pero decidió no hacerlo y aceptar sin más el juicio y la sentencia. Murió rodeado de sus amigos y discípulos mientras esperaba el mortal efecto del veneno. Cuando murió Alejandro Magno (323 a.C.), alumno y protector de Aristóteles, éste (Aristóteles), previendo que en Atenas se le juzgaría como a Sócrates, se apuró a marcharse. “No dejaré que la justicia de Atenas cometa otro asesinato” -habría dicho-. Moriría un año después (322 a.C.) a los 62 años, por una enfermedad del estómago.

Son destinos, decisiones que uno toma. No es buena ni mala suerte, sino todas y cada una de nuestras propias elecciones. Y elegir, como ya he dicho, está en nuestra naturaleza y capacidad humana. 

Sólo rara vez, extraordinaria y excepcionalmente, nuestra vida sería otra cosa que no haya sido decidida por nosotros mismos.