Sobre la belleza

Mario Barghomz
mbarghomz2012@hotmail.com

¿Cuándo el hombre comenzó a darle valor a lo bello?. Cuando éste tuvo conciencia de aquello que tenía un valor sublime o atractivo, y le agradaba. Para ello el hombre tuvo que dejar de ser un nómada y volverse sedentario, crear comunidades y contar con el tiempo suficiente para apreciar, disfrutar o asombrarse de lo bello.

Pero lo hermoso no siempre es una cosa, sino muchas distintas. Así lo bello cuando lo observamos puede ser un rostro o un cuerpo, un par de ojos o unas manos (quizá una caricia), pero también un lindo amanecer o una bella tarde. Muchas veces hablamos de lo hermoso que es el cielo, el crepúsculo sobre el mar visto desde una playa, la salida del sol entre las montañas. Me ha tocado ver la hermosura de una aurora sobre el bosque nevado de Whitehorse (Canadá); ¡nada más bello que eso para una mirada!

Empero, también la belleza tiene que ver con el aspecto moral en el comportamiento de un hombre; con su bondad, su gentileza y su honestidad. Nada mejor y más bello que encontrarse con una persona saludable y cordial, justa y compasiva (en el sentido que le dan los tibetanos a la compasión). Eso se llama belleza humana. No es nada bello, y si muy feo, encontrarse con una persona hostil, agresiva y grosera, arrogante o soberbia. 

Pero en el arte (y sólo en el arte) se habla de “belleza estética”, que es lo que define a una obra artística, sea musical, dancística, literaria (dramática), pintura, escultura, arquitectura o cinematografía (incluida en ello la fotografía).

Regularmente hablar de una obra de arte es hablar de algo hermoso, aunque no a todos les parezca, porque lo hermoso o bello en este caso, queda bajo los cánones estrictos de la Estética, que es una filosofía encargada exclusivamente del estudio de la belleza en el arte. En ello, el juicio de un espectador común puede variar dependiendo de su entendimiento o cultura, para asombrarse no por gusto, sino por conocimiento.

La arquitectura, por ejemplo, tiene su historia en la antigua Grecia que construía sus edificios de acuerdo a tres cánones de belleza determinados por sus columnas que podían ser de estilo dórico, jónico o corintio, que también representaron tres etapas de evolución en la cultura helénica. El estilo romano era el corintio, que se heredó de la civilización griega. Y fueron precisamente esos estilos los que luego, durante el siglo XVIII y XIX volvieron a surgir con el Neoclasicismo.

En el arte cada era o etapa obedeció siempre a un estilo y a una época; por ello hablamos de arte renacentista, barroco, clasicista o romántico, éste último, se dio sobre todo en música y literatura. Beethoven, por ejemplo, es un músico romántico, Mozart, anterior a él, un clásico. 

Fue a finales del siglo XIX que se rompió con los viejos cánones de la tendencia clásica, con la aparición del Impresionismo y el Expresionismo. Luego, durante el siglo XX, se seguiría con la tendencia de todas estas rupturas o nuevos modos de interpretar la belleza a través del arte. Apareció el Cubismo, el Dadaísmo, el Futurismo, el Surrealismo, el Pop Art, el Arte Moderno, Contemporáneo, y todas las demás tendencias y modas derivadas de ellos.

La distorsión y lo feo en el arte también son parte de la belleza estética que busca no sólo gustar, sino asombrar y seducir a través de lo nunca antes hecho o visto. Por eso pintores como Van Gogh, Picasso, Goya, Munch o Pollock se volvieron extraordinarios. El gusto personal por la belleza en una obra de arte es superfluo. El experto (el crítico), ante todo, debe tener capacidad de asombro, conocimiento y cultura, además de la fascinación por lo nunca antes hecho o visto, aunque lo que se mire sean los viejos zapatos sucios de Van Gogh (sus botas campesinas), que ni siquiera son un par, sino sólo un zapato, el izquierdo. ¿Quién en aquella época (la bella época del París de los impresionistas, iba a pensar siquiera pintar lo que parecía una barbaridad?). Pero Van Gogh los pintó. Y no sólo un par, sino más de media docena de pares que hoy figuran en la meca del estatus artístico.

Martín Heidegger (el filósofo alemán) haría luego toda una filosofía a partir de esos zapatos para hablar de la verdad, lo bello y lo auténtico