Son pasadas las cinco de la mañana y el cielo en los ex- tensos campos de sabana y pantanos que cubren el estado de Ecuatoria Central, uno de los 10 en los que se divide políticamente Sudán del Sur, comienza a pintarse de anaranjado, adelantando la salida del sol.
Jóvenes mujeres con collares y brazaletes de chaquira multicolor y niños de todas las edades se afanan recogiendo las montañas de excremento de vaca formadas durante la noche entre sus chozas de carrizos y ramas, con el fin de ponerlo a secar al sol y utilizarlo, cuando caiga de nuevo el día, como combustible para la fogata que ahuyenta mosquitos y, con ellos, el paludismo.
Atléticos adolescentes se abocan a bañar, con esmero y cuidado, a los omnipresentes vacunos con ceniza de su propio estiércol, remanente de las hogueras de la víspera, en un esfuerzo por protegerlos también de los aguerridos
insectos. Hombres, mujeres y niños, siempre atentos al chorro de orina de la vaca, momento oportuno para lavarse las manos, el cabello y limpiar los utensilios de cocina, dado el alto nivel de toxinas del amarillento líquido, reme- dio milenario contra las infecciones en el corazón del continente.
Es la rutina diaria en uno de los muchos campamentos de ganado del abrumadoramente rural Sudán del Sur, apresura- da por la sequía extendida y la creciente falta de tierras de pastoreo, consecuencia del cambio climático y los persistentes conflictos interétnicos.
“Antes (de la independencia) había una mayor estabilidad; los niños del clan podían asistir a la escuela, producíamos suficiente comida para todas las familias, había clínicas de salud de fácil acceso; todo ello, al menos, estaba garantizado. Hoy, con la independencia, libramos una batalla diaria incluso para sobrevivir. Enfrentamos guerras constantes y sin sentido en gran parte del
territorio. Nos matamos unos a otros sin razón”, afirma, enfático pero sereno, Peter Koronit, un robusto ganadero perteneciente a la etnia mundari, uno de los más de 80 grupos étnicos que componen el mosaico humano y lingüístico del país esteafricano.
Sudán del Sur rebasa su primera década de vida independiente entre una guerra civil irresuelta, insuficiencia alimentaria y preocupante vulnerabilidad económica y climática.
La milenaria nación africana, cuya huella antropológica registra los primeros homínidos que recorrieron la faz de la tierra, es el Estado miembro de la ONU de más reciente creación y también, de acuerdo con sus índices de desarrollo humano, uno de los que enfrentan mayores obstáculos en su camino.
Desde que se inició su frágil y aún inestable proceso de autodeterminación, con el referendo de enero de 2011 –después del cual la independencia se hizo efectiva el 9 de julio de ese año–.
Texto y foto: Agencias