En este inicio del año 2016 decidí hacer una pequeña reflexión sobre ese dictador terrible que rige nuestras vidas: el tiempo.
Tic, tac, tic, tac, no deja de correr.
“El único bien no renovable del ser humano es su tiempo”. La primera vez que escuché esta valoración -en voz de Julliard- me pareció una verdad absoluta. Visto así, es claro que puedes perder dinero e incluso salud y que se pueden recuperar total o parcialmente. Pero el tiempo que se va…no volverá.
Tic, tac, tic, tac, no para nunca.
Y si ese tiempo es irrecuperable, ¿no valdría la pena hacer una auditoría personal del uso de nuestro tiempo? ¿No sería interesante saber matemáticamente qué espacios de tiempo perdemos en cosas sin importancia ni trascendencia?
Tic, tac, tic, tac…¡carajo, no se detiene!
Encontraremos que existen desperdicios de tiempo, desgraciadamente, inevitables (los terribles embotellamientos de tráfico, por citar sólo un buen ejemplo). Pero estoy seguro de que existen otras pérdidas que se pueden evitar o disminuir. O cambiar por actividades que sí nos enriquezcan.
Aclaro que no desprecio la utilidad y la importancia de las redes sociales ni de las modernas herramientas tecnológicas, pero creo que ahí encontramos mucho desperdicio de tiempo humano. Me refiero a esto porque recientes estudios europeos y norteamericanos relativos al análisis sobre el tiempo que los usuarios globales dedican a su conectividad en esa redes, arrojan unas cifras alarmantes: entre 1.72 y dos horas diarias (de lunes a domingo) dedicados a atender su Twitter, Facebook, Whatsapp, e-mail, Skype, etc.
Vistas esas cifras, el resultado anual debería preocuparnos. Resulta que estaríamos usando entre 26 y 30 días anualmente (durante sus 24 horas) en estar conectados. Ello equivaldría a utilizar 60 días de nuestro tiempo consciente (porque obviamente tenemos que dormir) lo que representaría el 17 % de nuestra vida activa. ¡Ufff! Es mucha vida.
Tic, tac, tic, tac, tic, tac, se va, se va y se fue.
Me llama la atención que incluso el Papa Francisco haya expresado (el pasado 11 de noviembre de 2015, ante 20 mil fieles en la Plaza de San Pedro) su preocupación por la distracción humana y la incomunicación que se ejerce en el seno familiar por causa del abuso en el uso de las redes y de la tecnología moderna. El jerarca católico expresó:
“Cuando los hijos están a la mesa pegados al móvil o a la tableta, y no se escuchan entre ellos, eso no es una familia. ¡Es una pensión!”
“Una familia que no come unida, o que cuando lo hace no dialoga, o está con su televisor, con su móvil, es una familia poco familiar…Si en una familia hay algo que no va bien o tiene alguna herida oculta, en la mesa se nota enseguida”.
“Hoy, muchos contextos sociales ponen obstáculos a la convivencia familiar. Hoy no es fácil. Debemos intentar el modo de recuperarla. En la mesa se habla, se escucha. Que nunca haya silencio, ese silencio, que no es el de los monjes, sino el del egoísmo, el de cada uno a la suyo…Nunca el silencio. Recuperemos la convivencia familiar, adaptándola a los tiempos” .
¿De qué nos está hablando el Papa?
El Papa Francisco no nos habla de la cantidad del tiempo, sino de la calidad humana que le estamos dando al tiempo, en un sencillo ejemplo de nuestra vida cotidiana. Nos habla del buen uso que le demos dar a ese tic, tac, tic, tac, que no es otra cosa que nuestra vida.
Tal vez -parece decirnos el Papa- valdría la pena analizar en qué estamos distraídos y hacia dónde debemos enfocar nuestros afanes, nuestras dedicaciones y nuestros corazones. Nos invita a atender lo humano de nuestro entorno inmediato, a fin de dar afecto y eficacia a nuestras vidas. Cuidar y dedicar nuestro tiempo en el mayor número de cosas que sean trascendentes para nosotros mismo y para los que nos rodean. Francisco nos recuerda –una vez más- dónde empezar a ubicar al prójimo.
Tic, tac, tic, tac,…
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