Una filosofía sobre el éxito

Mario Barghomz

mbarghomz2012@hotmail.com

De entrada, obviamente si eres famoso (o de perdida muuuuuyyy popular!), si eres rico o tienes un graaaaannnnn patrimonio!, si en tu vida lograste hacer una carrera o dos, tienes una maestría o un doctorado, lo que hoy te permite ser reconocido y que te llamen Lic., Master o Doctor, tener un buen sueldo, un graaaannn puesto! Y por ello ser muuuuuuyyyy respetado!

Por supuesto; tener poder, político o social, haber sido premiado o diiiistinguiiido!, tener por ahí algún trofeo o haber logrado propósitos artísticos o deportivos. Futbolistas y atletas olímpicos suelen depositar su vida en ello, justificando su sacrificio.

En el terreno de la ciencia el éxito se mide por los descubrimientos o los premios Nobel. Lo mismo en la literatura; por el autor que más libros venda o al que se le haya premiado. Si lo miramos bien, objetivamente, es decir, aquello en lo que la mayoría está de acuerdo; el éxito es esa manera en que se obtiene lo que se quiere o se busca, y cuando se tiene, se celebra, se mantiene o se atesora (si son premios, reconocimientos, trofeos o dinero) como lo que más define o distingue a la persona exitosa ante los demás.

¿Pero y en el plano de lo subjetivo? ¿En aquello que ya no es de todos sino sólo de uno mismo? En aquello en donde nadie te premia, te dan un trofeo, una medalla, o te pagan mucho dinero por haber cuidado siempre bien de tus hijos, haberlos educado convenientemente, haber estado siempre pendiente de tu familia, quizá de tus padres, haber cuidado de tu salud hasta una edad donde la mayoría (rica, premiada o famosa) se quiebra o se muere.

Desde la filosofía podemos llamar éxito a la habilidad de vivir, al mantenerse siempre a gusto, bien y en paz, no importa cuánto se tenga o se gane (eso nos diría Epicteto), si se es famoso o popular, porque hoy hasta los más imbéciles se vuelven populares con un like o una suscripción a su canal.

Sólo una minoría, sin duda la más introspectiva; podrá referirse al éxito humano no como aquello que lo distingue ante los demás, sino como aquello que, desde su nacimiento hasta su vejez, lo hizo ser y sentirse pleno, satisfecho con una vida de la que siempre se ocupó y mantuvo también siempre firme y digna, sin la necesidad de mediar o necesitar ser reconocido por los demás dentro del circo de la ambición y la vanidad.

El éxito, más allá también de su definición gramática o asumiendo esta definición como el logro de aquello que se pretende o se busca; será siempre el objetivo primero y último de una persona ante sí misma, ante su propio querer y sentir y su propia y particular percepción de la vida.

Tener una vida buena ya en sí mismo representa un éxito, un logro buscado de manera consciente o automática por aquello que nos hace sentir bien. Steve Jobs solía decir que el éxito de un día era sentir que por la noche se iba a la cama sintiéndose bien.

Todo éxito humano, desde pequeños, representa nuestros propios logros; aquello que no siempre se premia, sino que surge y se mantiene en nuestra alma como lo que más nos estimula y nos da entusiasmo y voluntad.

Basta un beso y un te quiero, o un estoy orgullosa de ti, de parte de su madre; para que un niño de cuatro años se sienta el más digno, el más orgulloso y feliz del planeta. Un éxito que sin duda no necesita de diplomas, discursos o trofeos, sino de un buen abrazo y una mirada. ¡Esta y no otra, es la verdadera filosofía del éxito humano!

En nuestro devenir esperemos siempre que sea Dios nuestro guía (eso pienso yo), y poco o nada lo mundano que, llegado el fin de nuestros días, será sólo aquél vestido que nunca nos cubrió más el alma que el cuerpo.