Una oposición de payasada

Carlos Hornelas 
carlos.hornelas@gmail.com

Mientras el mundo del entretenimiento crece a nivel mundial, y México no es la excepción, el periodismo en nuestro país vive una situación tan indignante que bien podría ser guionizada en una serie de esas que se pueden ver ahora en las plataformas de streaming.

Reporteros sin Fonteras, una organización no gubernamental que observa la situación del periodismo a nivel mundial, ha seleccionado por cuarto año consecutivo a México como el país más mortífero para ejercer la profesión, por encima de Ucrania, en donde se vive una franca confrontación bélica.

El descrédito creciente de los periódicos y los medios informativos en general ha sido estigmatizado a partir de la administración de Donald Trump, quien desde su púlpito personal heredó al mundo las versiones “alternativas” de los hechos, así como la idea de que los medios suelen ser animales rapaces en la búsqueda del sensacionalismo.

Su particular forma de entender la mediosfera ha impregnado la doctrina que nutre el desdén y la desconfianza del periodismo en la actualidad.

No se trata tanto de descalificar lo publicado a partir de contrastar las fuentes, los hechos, las declaraciones o las interpretaciones, se trata de sembrar la sospecha de que cualesquiera de estas situaciones puedan ser vistas como un artilugio para ocultar una “verdad superior”, como soslayo partisano.

La comunicación, como nunca antes, se esgrime como un arma poderosa en contra de los adversarios, sin ningún recato y sin reparar en las consecuencias a todos los niveles.

Las nuevas generaciones ahora evitan las noticias por considerar que son parciales, que la información que difunden es inútil, o, esto es lo más patético, que se trata solo de una relación de sucesos que, por su naturaleza les deprimen o les angustian. Prefieren el entretenimiento narcotizante y cerrar los ojos ante la realidad.

En México, el presidente López Obrador ha seguido el modelo de Trump y lo ha perfeccionado. Desde el inicio de su mandato se propuso no pagar a los medios para obtener a cambio cobertura y con ese pretexto inició un modelo de comunicación que califica como “más ciudadano”, para ejercer lo que llama su legítima “libertad de expresión” y lo justifica como un contrapeso necesario para la defensa de su gobierno frente a los críticos disidentes y golpistas a quienes pone en el mismo saco argumentando que se trata de heraldos del pasado ominoso que, resentidos, tratan de sacar raja política de sus infamias.

En otras palabras, ante cualquier tipo de crítica u observación, en vez de replicar con argumentos y hechos, lo que hace es victimizarse y construir una narrativa en la cual la oposición y sus adversarios quieren a toda costa apoderarse del Estado, sirviéndose de los periodistas como ariete.

Es curioso porque en realidad si uno observa atentamente no atina a ver ningún rostro que pueda encarnar esa “oposición”. Al contrario, hay un verdadero vacío de figuras políticas con peso específico que le puedan robar los reflectores. La única oposición que puede encontrar en un desierto de políticos que le hagan sombra son los periodistas.

Está más que visto que para el presidente tiene más notoriedad política, y más fuelle en la arena política algún comunicador que cualquier presidente de los partidos políticos existentes en el país.

Así, sus detractores golpistas pueden ser el reportero Carlos Loret de Mola, el comediante Chumel Torres o un triste payaso como Brozo. Vamos de la política a la mediosfera y de ahí al entretenimiento. Y todavía no estamos en el metaverso. Lo que sí es de destacar es que en el último mes suman ya 16 periodistas que han aparecido muertos.