Una sirenita que baila Hip Hop

Por Sergio Aguilar

La última gran noticia que sacude las redes sociales con histeria, paranoia y pureza moral es que Disney anunció que en su remake de La Sirenita, en live action, será protagonizado por una actriz negra.

Esto despertó al pequeño Donal Trump que tenemos, al solicitar un alto a la ola de lo “políticamente correcto” que supuestamente dirige estos filmes.

Pero ser políticamente incorrecto está de moda, al señalar lo que, supuestamente, es políticamente correcto. Lo que no alcanzan a ver quienes se lamentan de que Disney esté matando “la esencia” de un personaje pierden de vista dos dimensiones fundamentales.

La primera es que todas las adaptaciones de Disney del siglo pasado ya eran adaptaciones ingenuas de los cuentos. En el cuento de Christian Andersen en el que se basa La Sirenita, vale señalar que la protagonista se muere al final. Desenlaces similarmente trágicos abundan en los otros clásicos animados.

La segunda dimensión es que esas películas animadas tenían un contexto histórico específico, que es la lucha racial en Estados Unidos. Imagínese que en el medio de un ambiente de segregación racial emanada del Estado, la protagonista de una corporación como Disney fuera negra.

Probablemente ni el propio Walt Disney lo habría querido. Aunque bueno, no tiene que costarle mucho imaginar lo que habría pasado: entre a ver comentarios en redes sociales de quienes creen que raptarán a sus hijos el grupo de feministas y homosexuales satánicos y extraterrestres que supuestamente están detrás del “lobby” gay.

No es necesario irse lejos para entender las consecuencias del racismo. Hace unos días, una manifestación en el Monumento a la Patria tenía una pancarta que pedía que la “basura” de Centroamérica regrese a sus países de origen. De ahí al nazismo del siglo pasado solo nos separa el idioma, porque la ridiculez y el cinismo de su racismo es el mismo.

Y es igual de asqueroso leer comentarios de quienes se burlaban de esa pancarta, diciendo que quienes la sostenían “no parecían yucatecos”. Son dos lados de la misma moneda: la que nos mantiene en la Edad Media.

El racismo es un discurso muy enfermo no solo por sus consecuencias, sino porque es sintomático de la falta al interior del sujeto (falta que trata de llenar con el odio al otro). Cuando uno odia a los negros, los gays, los indígenas, los asiáticos, etc., lo que uno señala es su tremenda inseguridad en cumplir con su propio “destino”, como si ellos le hubieran robado algo.

Y aquí es donde conectamos con La Sirenita. Cuando ella vende su voz y la pierde, cree que lo hace para acceder al objeto de amor. Luego se da cuenta de que ésta pérdida le costará precisamente ese objeto de amor. Quien intenta robarle el amor es Úrsula, que cree que sí lo tiene todo, y al darse cuenta de que su plan no resultará, se enfrenta a la furia de todo el mar.

El racismo funciona así: creo que el otro tiene lo que yo no tengo, y que si lo tengo, ya puedo acceder a todo. La envidia es la raíz de todo racismo. Así que cuando alguien diga que los inmigrantes centroamericanos son “una basura”, habrá que preguntarse: ¿de qué les tiene tanta envidia?

 

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