Pausa al sueño

Por Alejandro Fitzmaurice.

 

Quedan advertidos: revisen sus niveles de azúcar que, de pura cursilería, a esta chingadera le va a brotar diabetes.

Lo aclaro porque sé que me voy a pasar de personal, mucho más de los límites que el periodista Federico Campbell (q.e.p.d) establece al afirmar que la columna, entre todos los géneros de opinión, ofrece calidez, intimidad y complicidad.

No deja mentir a Federico -uy, sí, mi cuate- don Germán Dehesa (quien también ya se murió lamentablemente,) que incluso anunciaba a sus lectores cuando tenía negras intenciones por practicar el arte del amor. “Hoy toca”, decía  el descarado, a quien leía sin falta en Reforma y a quien gozaba como pocos al narrar los ires y venires de esta nación alternándolos con los conflictos de su propia casa. Así, personajes como su hijo, mejor conocido como el capitán Bucles, entre muchos otros, marcaron mi manera de entender este espacio de opinión.

Todo el rollo anterior viene a cuento porque me estoy despidiendo: dejo el cargo como editor de la sección de opinión en este periódico. Por si esto fuera poco, “Verbos para el laberinto” se va de vacaciones un rato, más o menos de dos semanas.

Sobre el primer anuncio es forzoso reconocer, mucho ojo, que nadie me corre ni me voy porque la chamba sea insoportable. Todo lo contrario.

De hecho, si retomo el título de cuando inicié en este proyecto es porque llegar a la redacción sigue siendo emocionante, pero, por sobre todas las cosas, una escuela, donde un profesor de periodismo, que lleva 14 años enseñando, siguió aprendiendo del mejor oficio del mundo sin libros de textos ni autores de prestigio. Basta sentarse un ratito con don Humberto o don Gínder,  con Rich, Ceci, Álex, Gael, Martín, Mariela, y hasta con el Rulo, para recibir cátedra gratis.

Pese a esto, ocurre que,  entre tantos apuros, amanece lunes y me duermo en domingo sin darle el tiempo que se merecen a esos tres individuos que todavía viven en mi casa y que resultan ser los amores de mi vida.

Allí está la bicicleta nueva del “Señor Berrinches” que lleva arrumbada en su cuarto casi dos meses porque le debo mil 500 idas al parque, mientras que mi hija aplaude  -me cuenta Lizi- cada vez  que ve un celular porque termina de ubicarme más por la voz que por la cara.

Por si fuera poco, Castle -apodo y apellido en inglés de la compañera de mi vida- ha terminado irremediablemente escuchando sola a Los Beatles, cuya música es indispensable en la casa cuando estamos haciendo las cuentas a fin de que el asunto no se vuelva depresivo. No le  va a gustar que lo diga, pero me encanta sacarla a bailar en la cocina a ritmo de “Here, there and everywhere” mientras ideamos estrategias para hacer que la quincena alcance.

Sí, a veces, sencillamente, hay que parar un poco el tren, y por eso, esta noche empiezo a bajarme, aunque no sin hacerle muecas a la nostalgia, que es mucha en escasos meses.

En el tiempo que un servidor ha estado a la cabeza de esta sección, he velado porque el periódico ofrezca opiniones útiles para la vida y para entender lo que pasa, labor en la cual no tengo mérito ante el tremendo equipo de colaboradores que me respalda. A todos ellos muchas gracias, al igual que a Mau y a don Alberto, director de este rotativo.

El miércoles, cuando llegue a casa a las 6:30, se va a sentir raro mirar como el tren se aleja sin mí, aunque no hay nada que no se remedie con John, Paul, George y Ringo mientras tomo, con negras intenciones, la cintura de la mejor de las compañías.

1 Comment

  1. Ricardo Rodríguez Carlo
    octubre 30, 2017 - 8:05 pm

    Te deseo lo mejor siempre. Que disfrutes lo importante. Les mando un abrazo a los dos.

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