¡Yo celebro!

Mario Barghomz

mbarghomz2012@hotmail.com

Este artículo está inspirado en el poema de Walt Whitman (1819-1892) “canto a mí mismo”, del que extraigo apenas estos versos: “Me celebro y me canto. Me tiendo a mis anchas. Clara y pura es mi alma y claro y puro es todo aquello que no es mi alma. Estoy satisfecho, veo, bailo, me rio, canto…”

Y yo escribo: me gusta celebrar los días completos, cada día, así sea lunes o martes, viernes, sábado o domingo. Cada mañana y cada tarde, en verano o en otoño, primavera o invierno. Hoy también he aprendido a celebrar la noche durmiendo, ya que al día siguiente no hay como haber tenido un buen sueño, un descanso saludable como dicen los científicos. Por supuesto así evito las resacas o las cefaleas, el mal humor por la mañana o la pesadez del día.

A mis 69 años he aprendido que no hay que esperar los cumpleaños para celebrar la vida. No hay que escatimarle nada al día para estar bien y contento. He aprendido a que no hay que esperar cada fiesta del año, alguna boda o bautizo, el día de la madre, del padre o de los abuelos, la Navidad o Semana Santa, algún viaje y todos esos días que la edad me ha enseñado a comprender para mantenerlos a raya.

Me encanta el alimento; la dieta, literalmente, y no “las dietas” donde se elimina el balance.

Comer siempre bien es disfrutable. Sobre todo, a una edad donde el organismo se ha enseñado también a ser selecto.

Yo celebro la lectura (quizá un libro o tres al mes, dependiendo de su excelencia o mi interés) y el buen café, por supuesto con azúcar (2) y no sacarina ni esplenda. Sigo amando la naturaleza llana y directa, y en estos casos no la química y la mercadotecnia que se empeñan en venderme simulacros y quimeras.

Celebro el ejercicio por la mañana, el buen ambiente y las buenas relaciones, el control de mis emociones a través de mis cuatro principios de vida que me permiten armonía, equilibrio y estabilidad cotidiana: no te enojes, no discutas, no juzgues, no te quejes; que hasta hoy considero principios básicos de toda buena salud y vida sana. Principios que además me ayudan a mantener mi paz, mi serenidad y la lozanía de mi carácter.

Naturalmente celebrar así la vida cada segundo no tiene que ver con la falacia de una felicidad utópica, falsa y aparente. La vida suele ser un balance de actos y hechos; de cosas que van por nuestra cuenta y otras que hay que asumir como vengan. Van Gogh y Nietzsche pensaban que el sufrimiento formaba parte de nuestra naturaleza humana. Van Gogh no creaba sin él y Nietzsche solía decir que nuestra fortaleza venía del sufrimiento. “Si el sufrimiento no te mata -dice una de sus máximas- te hará más fuerte”. Los orientales también se refieren a los peores momentos como un punto de inflexión o de crisis a partir de lo cual la vida nos cambia si quedamos vivos, más fortalecidos.

Por supuesto celebro saber, entender, comprender, pero también ignorar a veces para que con base a la mayéutica socrática pueda yo seguir haciendo preguntas. Porque ¿qué sería de nosotros si no preguntáramos? ¿Si no dudáramos o indagáramos como propone Descartes? ¿Qué seríamos los humanos sin preguntas? Un niño no sería niño si no preguntara. Son las preguntas lo que nos devuelve la humildad cuando quedamos a merced de la soberbia. La mejor filosofía sigue siendo no la que sabe, sino la que se hace preguntas, la que pregunta. Por eso el padre de la filosofía y el mejor de todos los filósofos sigue siendo Sócrates; el que no sabía y preguntaba.

Celebro poder escribir y cada minuto en que puedo hacerlo. Pero a mi edad, no lo celebro por la popular monserga del “aquí y ahora” o “sólo por hoy” (paradigmas para “gente rota y quebrada”). No; a mí me agrada pensar siempre en el día siguiente, ahí donde se configuran la paciencia y la esperanza desde donde la vida también se espera. ¡Celebro pensar en quién seré y qué haré cuando tenga 70 años!.