Por Roberto Ojeda
Perdón, pero esta semana me ha vuelto a atacar una vieja locura…
Hace unos días, el mundo católico fue golpeado de manera mediática (otra vez) por la noticia de los 300 sacerdotes que presuntamente cometieron abuso sexual contra mil niños y jóvenes en Pensilvania y que, convenientemente, no podían juzgar por tratarse de casos extemporáneos. El leer esto me ha zafado un tornillo.
En primera instancia, quiero dejar en claro un pensamiento antes de que pierda la razón: toda aquella persona que abuse sexualmente de otra, debería de sufrir todo el peso de la ley, peor aun si se trata de un niño. Un crimen tan horrendo como este no debe quedar impune bajo ninguna circunstancia, da igual si el criminal es un sacerdote, político, abogado, periodista, arquitecto, maestro, doctor o a lo que se dedique.
Sin embargo, pareciera que este caso solo existe en el seno de la Iglesia Católica y se olvida que la mitad de las acusaciones a sacerdotes han resultado ser falsas y que sólo un 2% de los más de 400 mil clérigos que existe en todo el mundo (2%, no un 20% o el 40%), han tenido problemas de este tipo.
Cabe señalar que uno solo de estos casos ya es grave para la Iglesia Católica, pero también es muy grave que el periodismo y la sociedad se encarguen de dar como hechos consumados acusaciones de abuso sexual, cuando la mitad de los casos resultan ser calumnias.
Solo en el caso de Pensilvania, 100 de los 300 curas acusados ya están muertos y no tienen posibilidad alguna de defenderse y los otros 200 (en su gran mayoría) no pueden ser juzgados. Esto significa que en Pensilvania, de los mil casos, ni uno tendrá castigo, por lo que nunca sabremos si las acusaciones son verdad o mentira.
Sin embargo, en el hipotético caso de que sí sea cierto, hay que entender que los pecados de los sacerdotes no desbaratan la doctrina católica. Un cura pederasta (o 300), no descompone el Cuerpo Místico de Cristo, ni tampoco invalida los sacramentos, el dogma y sobre todo la promesa última de Jesús.
Por desgracia, pareciera que cada vez es más difícil ser católico en el mundo y que el solo hecho de decirlo abiertamente es motivo de condena, pero en realidad así tiene que ser, así esta dicho, o ¿Acaso el Hijo del Hombre encontrará fe en la Tierra cuando vuelva?
Pido una disculpa si esta columna se aleja un poco de las que realizo cotidianamente, pero a veces me ataca la Locura de la Cruz, una enfermedad de la cual no puedo ni quiero escapar; que me atormenta y me llena de dicha al mismo tiempo, mientras me castiga con la esperanza de una resurrección. Me da sobre todo cuando siento que atacan a mi Dios.
Perdón, pero me he vuelto loco, otra vez…