No actúes, ¡piensa!

Por Sergio Aguilar*

articulista invitado

sergio.aguilaralcala@gmail.com

*Fragmento tomado con autorización del autor. La versión completa puede leerse en: https://medium.com/@sergio_jaa/no-actúes-piensa-3cf2cce57da

La foto que circula, en la cual se muestra a una familia  que pide limosna en la calle mirando hacia un puesto de comida y que circula en redes sociales, entraña un manual de texto de los dos tipos de violencias que podemos distinguir, siguiendo las ideas de Slavoj Žižek en su libro “Violence” (2008).

Por un lado está la violencia subjetiva, que es cuando un acto violento interrumpe el flujo normal de las cosas. Un terremoto que destruye casas y edificios, sepulta cientos de personas, deja miles de damnificados, es un ejemplo de un acto inesperado y con un “muy claro” causante (el terremoto). Cuando nos asaltan en la calle, violan personas, torturan animales, alguien pone una bomba en una plaza pública; en todos estos casos puede distinguirse un claro agente causante de la violencia (asaltante, violador, torturador, terrorista, etc.).

Por otro lado, la violencia objetiva es la violencia inherente al propio flujo normal de las cosas. Analizar las causas de que alguien necesite asaltar, alguien viole a otra persona, alguien torture animales, alguien decida usar el nombre de un dios para justificar su accionar, es llegar al asunto de la violencia que sostiene el funcionamiento de las cosas.

Creer que “quien es pobre es porque quiere, no trabaja, no quiso estudiar” es una manera bastante ingenua e infantil de ver el mundo y la violencia objetiva y sistémica que le rodea. Creer que podemos lidiar con los individuos “en su esencia, exentos de ideología” es declarar lo hechizados que estamos con los velos que ocultan la violencia objetiva.

La violencia objetiva es justamente la que nos hace creer que “cada quien necesita ayuda” y no que la sociedad en su totalidad necesita ayuda urgente. Por ejemplo, las campañas de asistencia social. Cuando se nos urge a donar para salvar niños que se mueren de hambre en países africanos, migrantes musulmanes que llegan a Europa, o personas que viven en la pobreza más extrema que perdieron lo muy poco que tenían para vivir por el terremoto, jamás debemos olvidar que tras esa fachada de violencia subjetiva está escondida la violencia objetiva.

Ante la orden de actuar (¡la gente tiene hambre! ¡la gente huye de la guerra! ¡la gente no tiene casa!) hay que detenerse un momento a pensar. Pensar es el acto subversivo por excelencia del mundo que nos tocó vivir.

Uno puede recordar las campañas del Teletón para notar una retórica perversa que oculta la violencia objetiva y espectaculariza la subjetiva. Uno no puede pasar más de 10 minutos viendo el Teletón sin sentir tremenda impotencia y angustia por las personas que tienen graves problemas en su cuerpo que les impiden aprender, moverse, trabajar, vivir dignamente. Todas estas historias están aisladas (de hecho, literalmente, se presentan cada una con su propia cápsula), porque la violencia subjetiva que sufren de parte de la sociedad que las discrimina para elevar su calidad de vida es fácil de identificar.

Pero al poner todas estas historias por separado, diciendo “cada quien tiene su propia historia”, implícitamente se niega la idea fundamental de que “todas estas historias son la misma historia”; es decir, se niega la violencia objetiva que atañe a todas las historias del Teletón: la nula planificación de movilidad urbana, el pésimo sistema de salud del país, la corrupción de los gobiernos de los estados y de Sedesol para dar los apoyos de asistencia, la incapacidad del sistema educativo para adaptarse a las personas con capacidades distintas. El Teletón es así un perfecto ejemplo del imperativo que vende el mundo contemporáneo “no hay tiempo para detenerse a pensar, ¡hay que actuar ya!”.

Hay grandes, nobles y necesarias luchas hoy: por la diversidad sexual, por el respeto a las mujeres, por la crisis ambiental, por los derechos culturales… pero todas ellas son fallidas si no se ataca de fondo el flujo constante y sonante del capital. Si la violencia objetiva sobre la que se sostiene el funcionamiento del dinero no se trastoca, si las condiciones de fondo no son reformadas, todos los avances de esas luchas siempre serán contingentes, a merced de la voluntad de los tiempos.

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