
La mesa política del martes de Loret de Mola y los coordinadores de campaña dice mucho. Juan Ignacio Zavala, representando a Margarita, su hermana, habló de una campaña diferente, austera, decorosa; como subastando un lienzo en blanco. Acusó a Anaya de ser “una amalgama de buenas intenciones sin ningún sentido”. Crítica compartida con Aurelio Nuño, que repite que los únicos candidatos con proyectos de nación son Meade y AMLO, que aunque sea retrógrada, al menos plantea algo. El Frente, dice, es una colección de incongruencias e intereses encontrados. Incongruencias irreconciliables. Se pinta muy bien como la opción consistente, institucional, sólida. Conservadora: “Meade representa la continuidad de un cambio muy importante”. Sospecho que perdió en “continuidad”.
Así que al Frente lo pintan como un experimento: Un remolino de derechas e izquierdas, ideas raras, jóvenes muy jóvenes y viejos que cambian de opinión. A Anaya, como un flautista que va pepenando adeptos. Muy bueno para convencer a políticos y formar coaliciones, pero torpe para hablarle a México. Cito a Jesús Silva-Herzog en el Reforma la semana pasada, “habla de los suyos y para los suyos. Un orador elocuente y ordenado, con notable fluidez de palabra pero sin esa sensibilidad que se requiere para trasmitir una idea de futuro común”. Y creo que Jorge Castañeda, su último embaucado, cojea del mismo pie. Le critican sus bandazos ideológicos y se planta: “A mí me convenció Anaya, como me han convencido otros. Yo sí escucho. Escucho, dialogo y cambio de opinión”. Lo dice sin vergüenza y me parece admirable, pero se lastima, porque para demasiados la inmutabilidad es signo de entereza. Para mí es signo de soberbia. Nada me da más confianza que alguien con la humildad para aceptar que estuvo equivocado. Es señal de que no sostiene ideas o proyectos por inercia u orgullo, sino porque lo convencen los argumentos. Pero ese cuadro de incongruente convenenciero que le pinta Nuño en la entrevista es más fácil de masticar.
Tatiana Clouthier, coordinadora de AMLO, patalea un poco por pintar a su candidato como gente seria, sin mucho éxito. Mejor se regresa al mantra: somos mejores porque somos diferentes y entendemos a México. Su propuesta económica es “atender la emergencia, buscar soluciones, poner a la gente en el centro”. Discurso simplísimo, y el más efectivo. Sólo exige fe del ciudadano, porque no da elementos para análisis: ¿La reforma energética? ¿el aeropuerto? Sí, o sea, más a menos. Lo que convenga. ¿Educación? “Ya dejen a Elba Esther en paz”. Es la única que en vez de dialogar sigue un guión: sin preámbulos saca una piñata de su bolsa y la pone de centro de mesa: “esto parece una piñata a la cual vinieron a andarle a pegando estos tres señores”. A mí no se me hace mala idea pensar en el tiempo de campañas como una piñata: que le den, a ver quién la rompe.




