Es Cristiano, sí, pero también Diego Costa, y el golazo de Nacho y el portugués de Madrid otra vez y España de nuevo, mareando entre toque y toque para hacer paredes imposibles en los linderos del área y mandar el balón a un costado porque tanta belleza no es de este mundo hasta que Ronaldo —sí, ya sé, Ronaldo, otra vez Ronaldo, siempre Ronaldo, Ronaldo, Ronaldo— lanza un disparo que esquiva la barrera y que sólo Dios paraba un domingo con suerte.
Dijo Ciro Procuna ayer por la radio: “El Mundial arrancó con este partido”. ¿Quién se atreve a decirle que no? 22 titanes para jugar el futbol sin reproches, para devolverle la fe al que no cree en la ofensiva. Seis anotaciones para reivindicar la importancia de volcarse al ataque. Dos tandas de tres goles para avergonzar a los filósofos del catenaccio.
Y hoy debuta otro mago, Messi… Los que saben, afirman que entre él y el portugués hay un código secreto, se pican el orgullo por superar las hazañas del otro. Y el futbol ríe y falta Griezmann y Eriksen y algún hijo de vikingo sin talento para la finta, pero con un corazón siempre listo para ser derramado como agua salada en el terreno verde.
Hasta el momento es como si el mundo hubiese puesto aviso para hallar leyendas y es como si todos lo hubiesen arrancado de la pared. Se buscan héroes. Ojalá los nuestros, y no los alemanes, agarren primero el aviso.
Mientras tanto, para combatir las ansias, para no acabarse las uñas, las fintas del argentino, que es de Barcelona, en la televisión son una buena estrategia.
Mirar la pantalla esperando que Messi quiebre cinturas nunca es mal remedio.
Por Alejandro Fitzmaurice