Por María de la Lama Laviada*
mdelalama@serloyola.edu.mx
* Yucateca. Estudiante de Filosofía en la Universidad Iberoamericana.
Mi clase de Ética y Sociedad es un diálogo de sordos. Mi maestra es una española con una marcada tendencia de izquierda: es feminista, indigenista y se opone sin matices al capitalismo. Cree que su función como profesora en una universidad privada es sacarnos a sus burgueses alumnos de la burbuja en la que vivimos: concientizarnos acerca de nuestros privilegios, pero además explicarnos cómo el sistema que sostiene estos privilegios asegura también injusticias como la desigualdad social, la discriminación hacia las minorías, la violencia y hasta la inequidad de género.
Estoy en muchas cosas de acuerdo con ella. Este discurso liberal da cuenta de muchos de los problemas e injusticias del mundo. Pero me parece simplista e ingenuo pensar que da cuenta de todos o que los soluciona. Cuando la profesora dice que el capitalismo nos ha llevado a una “crisis civilizatoria”, me pregunto si de verdad gracias al capitalismo está el mundo peor que nunca; y cuando habla de una ética comunitaria que no promueva la competencia, me pregunto si ésta no se equivoca en lo mismo que el comunismo.
No estoy segura de lo que pienso, así que la escucho, para tratar de entender. Pero muchos de sus argumentos y sus ideas no me convencen. Sin embargo, cuando expongo las razones de mis dudas, su respuesta es siempre la misma: que tengo que salirme de mi horizonte burgués e inserto en el sistema; que estoy cegada por mi burbuja y mis privilegios. No hay manera de convencerla de que sí entiendo, pero no estoy de acuerdo. No puedo tener con ella un diálogo que no sea el suyo porque anula todos mis argumentos diciendo que no soy un juez imparcial, que mis juicios están sesgados.
Qué cómodo: con este argumento, la única opción que me ofrece es estar de acuerdo con ella. Si no se puede separar el argumento de quién lo enuncia, si por quién soy y de dónde vengo mis argumentos son inválidos, soy totalmente impotente. Y no sólo yo: ¿En qué es diferente invalidar una crítica al comunismo porque viene de un empresario que invalida una crítica al capitalismo porque viene de un obrero? Ambos tienen posturas sesgadas por sus intereses. Pero sería absurdo decir que los maestros de Ayotzinapa o los estudiantes más desfavorecidos de la UNAM que no pueden criticar al capitalismo o defender teorías marxistas, pues éstas les convienen y por lo tanto su juicio no es imparcial.
Ningún juicio es imparcial. Nos atraviesan nuestro contexto histórico y social, el inconsciente, la voluntad de poder… Por eso, si pretendemos invalidar todo argumento cuyo enunciador puede estar sesgado o tener razones personales para hacer su crítica, se acaba el diálogo. Los burgueses están inclinados a defender su posición y el sistema que la permite, a apoyar la postura que mantiene su status quo. Pero, porque el sistema no los favorece, los más desaventajados están inclinados a criticar el sistema y a no ver sus virtudes. Eso no significa que sus juicios no puedan ser certeros, o sus argumentos, buenos. Independientemente de quién los construya, los argumentos se sostienen por sí mismos.
No estoy diciendo que no podamos dudar de ciertas propuestas porque el que las propone está sesgado. Información acerca de cómo son las personas (deshonestas o malintencionadas, por ejemplo) nos puede servir para echar una sombra de duda sobre la solidez de un argumento y exigir que éste sea revisado más a fondo. Pero la única manera de dialogar es juzgando al argumento por sí mismo, independientemente de quién lo enuncia. Sólo si evaluamos los razonamientos, y no las intenciones, la ideología o los traumas de quien los enuncia, podemos tener una conversación entre gente de posturas radicalmente diferentes. Y creo que este tipo de diálogo urge en un mundo tan polarizado.