Meritócratas

Por María de la Lama Laviada

De las principales discusiones en una sociedad es cuáles van a ser las reglas que organicen la convivencia. Y creo que un concepto clave es el de justicia. Nadie niega que las reglas de una sociedad deben ser justas, pero no nos ponemos de acuerdo sobre lo que “justas” significa. ¿Justo es darle a cada quién lo que se merece? Okey, pero ¿qué determina lo que una persona se merece?

Muchos quieren zanjar la cuestión diciendo que son nuestros méritos los que determinan lo que nos merecemos. Algunos de estos partidarios de la justicia como mérito, llamémoslos meritócratas, sostienen su postura diciendo que así es la naturaleza. En la naturaleza los que pueden más reciben más. Así funciona y es lo justo. Pero la mayoría de los que piensan así no se atreverían a llevar su idea hasta sus últimas consecuencias: muchos aspectos de lo que consideramos una sociedad justa, como el cuidar a los enfermos mentales, contradice esta postura. Por otro lado, algunos meritócratas responden que no son solo los logros, sino los logros en igualdad de condiciones, los que determinan el mérito. Si se evalúan los logros bajo oportunidades iguales, no son los privilegios o las desventajas arbitrarias los que cuentan, sino nuestro esfuerzo. Así, si unos llegan más lejos es porque se esforzaron más, y el esfuerzo sí debe remunerarse. Los que se esfuerzan más, lo justo es que tengan más. Y el esforzarse y, por obstáculos arbitrarios, no llegar, también tiene mérito.

Esta postura es más tentadora, pero también tiene huecos. El problema principal es que el esfuerzo es muy difícil de medir: ¿se calcula en función a horas invertidas? ¿gotas de sudor? Y cuando cada día hay más evidencia científica que señala aspectos de la voluntad y del esfuerzo que dependen de la biología, no podemos decir con tanta seguridad que la facilidad para esforzarse no es también un privilegio arbitrario, que el azar le regala a algunos y a otros no.

Este argumento es resbaloso. Si consideramos privilegios biológicos, y no ya indicadores de mérito, a la voluntad, a la disciplina o a la facilidad para concentrarse, la meritocracia se parece mucho al comunismo. Si la libertad no existe, porque nuestras condiciones nos determinan por completo, entonces todos nos merecemos lo mismo, independientemente de lo que logremos o nos esforcemos. Nada de lo que hagamos, ninguna de nuestras decisiones, nos hace merecedores de más o menos privilegios.
A mí ninguna de estas opciones me gusta. ¿Tal vez, contra nuestra intuición, la justicia no tiene tanto qué ver con el mérito?

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