Por Emilio Moller
En la vida, no recuerdo haber visto una transición como la que nos ha tocado experimentar los últimos 4 y medio meses. Cierto es que una vez pasada la elección el Presidente saliente pierde cierto protagonismo ante la inminente nuevo Gobierno, pero lo que ha pasado entre el final del sexenio de Peña Nieto y el arranque de López Obrador pasará a la historia como algo inédito.
El primero pareciera que bajó la cortina a partir del 2 de julio. Y el segundo, despacha y toma decisiones como Presidente en funciones. Tal cual. Las promesas de campaña de AMLO se han ido materializando poco a poco. Después de la incuestionable victoria y los primeros discursos, pareció que el nuevo mandatario; como suele pasar después de intensas campañas tomaría el camino de la mesura y reconciliación con todos. Y así sonó. Las 3 primeras semanas después a la elección parecían echar abajo los temores (¿infundados?) de que López Obrador era un peligro para México.
Las palabras del futuro titular de Hacienda, Carlos Urzúa: se mantendrán las reformas, habrá disciplina fiscal, se respetará la autonomía de Banxico y habrá estabilidad macroeconómica; tranquilizaron a los mercados. Los discursos incendiarios sobre cancelar el NAIM y bajar el precio de las gasolinas sonaban a campañas. A eso nada más. Y la reunión de AMLO con el que fuera candidato del PRI, José Antonio Meade fue la cereza del pastel.
Y llegó agosto. Lo que vino ahora es difícil de explicar: los nombramientos de los próximos titulares de PEMEX, la CFE y a SENER prendieron los primeros focos rojos en los mercados y la economía nacional. El solo hecho de proponer a un impresentable como Manuel Bartlett a un puesto en la próxima administración es algo no se puede explicar fácilmente. Y empezó la estéril discusión sobre la consulta para cancelar el NAIM; con el conflicto de intereses evidente de José Ma. Riobóo incluido.
Y llegó septiembre. MORENA y aliados tenían ya la mayoría en ambas cámaras del Congreso de la Unión. Y torciendo las leyes al más puro estilo de la “mafia del poder” mandaron a un senador electo a concluir su mandato como Gobernador al aprobarle la licencia. Y días antes de concluir el mes, calificadoras internacionales rebajaron las notas a PEMEX por la evidente fragilidad económica de sus finanzas y la declaración del Presidente Electo de su intención de construir una refinería y ¡dejar de vender crudo al extranjero en 3 años! Así como se lee. Dejar de exportar y renunciar a una importante fuente de ingresos del Estado Mexicano.
La respuesta del nuevo Gobierno: menosprecio y desprecio simplista. El mismo López Obrador atacó a Fitch Ratings al reclamarle que “asuma su responsabilidad al haber apoyado la Reforma Energética”.
Y con octubre llegó el error mayúsculo de cancelar la construcción del NAIM. Donde ya se han invertido 120 mil millones de pesos que se habrán tirado a la basura; la ocurrencia disparatada de rehabilitar dos aeropuertos existentes (Benito Juárez y Toluca) y la ¿construcción de dos pistas? En una base militar, completamente inadecuada y además en contra de la opinión de expertos como los colegios de pilotos, controladores, aerolíneas y de organismos internacionales como (MITRE y la OACI) amén del daño innegable a la economía y sobre todo la confianza-país construida a lo largo de 30 años.