Por Roberto Dorantes
Existe en la teología el concepto de mysterium iniquitatis, misterio de la iniquidad o el mal. La Iglesia se ve envuelta en este misterio, que consiste en la mundanización o secularización de toda la sociedad. Esto es inevitable, está profetizado por el mismo Jesucristo.
Jesucristo en su pasión y muerte profetizó este misterio, ante la pregunta de Pilatos si era Rey de los judíos, respondió que su reino no era de este mundo. Acto seguido, Pilatos a pesar de saber que era inocente lo condenó a la crucifixión. Con su muerte nos manda un mensaje impresionante el Redentor.
La Iglesia de Cristo tiene que sufrir lo mismo que él padeció, para que suceda esto, el Evangelio tiene que ser conocido en todo el mundo, cosa que ya es una realidad, esto no quiere decir que todos profesen la fe cristiana sino que conozcan su enseñanza.
Nos encontramos en un momento donde la secularización en la sociedad ha permeado, de tal manera que aquél que habla públicamente de Dios es tachado de anacrónico, como si la religión de Cristo haya sido superada por los tiempos y quedara atrás como un mito más de la humanidad.
La vida de Jesucristo se imprime en la vida de los cristianos, un nacimiento desconocido del Redentor al igual que la Iglesia primitiva. Una niñez donde el Niño Jesús va demostrando su sabiduría, la Iglesia tuvo esa niñez donde las verdades evangélicas se iban predicando en el mundo conocido; los tres años de la vida pública de Cristo, donde realizó milagros para comprobar su divinidad, se pueden asemejar a la sociedad teocéntrica donde la preocupación de la sociedad era la relación del hombre con Dios, y ya la parte última de la vida de Cristo, donde a pesar de las pruebas de su divinidad es condenado a muerte, corresponde a los tiempos postmodernos donde a pesar de tantas pruebas de la divinidad de Cristo es olvidado de sus amigos, despreciado por sus enemigos y condenado a muerte.
La Iglesia de Cristo está destinada a esta muerte espiritual, donde la secularización impera en la sociedad; sin embargo, no hay que olvidarnos que la historia de Cristo no concluye con su muerte, sino con su resurrección, así el cristiano debe resucitar al igual que su redentor.
Lo último que queda como cristianos es la caridad, vencer el mal con el bien, ante esta dramática situación hay que responder con el bien. Ante la murmuración hemos de responder con la benedicencia; ante la calumnia y la injuria con el perdón; ante la violencia y la injusticia, con la caridad, el perdón y la justicia. No se puede combatir el mal con el mal, pues sería una contradicción. Al mal lo tenemos que combatir con el bien, con el amor.
Ése es el camino que Cristo nos dejó. Así respondió Cristo ante sus perseguidores. Cuando el mal parecía envolverlo por todas partes, su amor y dignidad, su obediencia filial al Padre, su amor a los hombres venció sobre las potencias del mal y de la muerte. De esta manera el Mysterium iniquitatis es vencido por el Mysterium fidei, misterio de fe.