Los niños cantores de la Catedral de Mérida

Por Ángel E. Gutiérrez Romero

Una añeja tradición musical de las catedrales hispanas fue la inclusión de niños cantores en sus respectivos coros, quienes se desempeñaban interpretando las partes más agudas del canto sagrado, es decir, los registros de voz tiple o soprano. En las catedrales más opulentas del virreinato novohispano como México, Puebla y Valladolid de Michoacán, incluso se llegaron a fundar colegios de infantes con el propósito de formar, desde temprana edad, a los cantores y músicos que estarían al servicio de aquellas sedes episcopales.

En Mérida, con recursos económicos no tan boyantes, no fue posible el establecimiento de un colegio de infantes. Sin embargo, en 1722, el obispo Juan Gómez de Parada instituyó, por medio de las constituciones sinodales del obispado, las plazas de cuatro monaguillos cantores para el servicio litúrgico y musical de su catedral. Conforme a las disposiciones sinodales, los niños que ocupaban las plazas tenían que ser “de buena traza, legítimos y de buenas costumbres y voz a propósito para cantar”. Estaban obligados a asistir diariamente a la catedral para “ayudar en las misas rezadas que se ofreciesen, y asistir y cantar en el coro cada día, dos alternándose; y los cuatro todos en los días de fiesta de precepto y otros solemnes, cantando con los capellanes los salmos y con especialidad los versículos, como se acostumbra en la Metropolitana y sufragáneas.”

Los niños ingresaban al servicio de la catedral aproximadamente a los ocho años de edad y dejaban la plaza de monaguillo a los quince o dieciséis, es decir, cuando entraban a la pubertad y cambiaban de voz. Tenían un salario anual de 20 pesos y 25 cargas de maíz; además, la catedral les proporcionaba el traje para sus funciones litúrgicas, consistente en sotana, cuello de encajes, sobrepelliz, sombrero y zapatillas.

Las horas en que no estuviesen ocupados cantando en el coro o ayudando en las misas, tomaban clases de música, solfeo, latín y otras materias eclesiásticas, conocimientos necesarios para que, ya siendo adultos, pudieran ser ordenados como presbíteros. Por costumbre, los monaguillos eran los preferidos para ocupar las vacantes de las capellanías de coro y las plazas de músicos y cantores de la capilla musical catedralicia, en consideración de “haber servido a la Iglesia y por ser más a propósito por lo que se han ejercitado en el canto y oficios divinos”.

En un periodo que va de 1769 a 1839, los archivos capitulares dan registros de 43 niños que se desempeñaron como monaguillos de la catedral de Mérida. Doce de ellos siguieron su trayectoria como cantores o músicos y tres llegaron a ocupar el cargo de maestro de capilla de la catedral. Sin duda, la fundación de las plazas de monaguillos fue de especial trascendencia ya que puede considerarse como uno de los antecedentes más remoto de la enseñanza formal de la música en Yucatán.

 

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