Las pinturas del obispo Antonio Caballero

Por Ángel E. Gutiérrez

Se conserva en el acervo del archivo histórico de la Arquidiócesis de Yucatán el inventario de los bienes personales que el Dr. Antonio Caballero y Góngora trajo a Yucatán al ser designado obispo de esta diócesis en 1776. El documento es un testimonio de los intereses y las aficiones intelectuales del prelado y, asimismo, una valiosa fuente para la historia del arte hispanoamericano.

Además de una variedad de muebles, ornamentos sagrados y ropas de uso diario, el equipaje del obispo incluía “una cuantiosa y selecta librería [biblioteca]; exquisitas y célebres pinturas [y] muchas antiguas apreciables monedas”. Siete cajones contenían la preciosa colección artística de don Antonio, conformada por 98 pinturas de unos 22 autores identificados, entre ellos, Ticiano, Rubens, Velázquez, Brueghel, Luis Morales El Divino, José de Ribera El Españoleto, Murillo y una obra atribuida al célebre Miguel Ángel.

Buena parte de los cuadros eran de tema religioso; 26 correspondían a representaciones de Cristo, la Virgen María y diversos santos, por ejemplo, una “Virgen de la Concepción para el oratorio portátil”, lienzo original Murillo. Sin embargo, la mayor parte de las obras pertenecían a otros géneros pictóricos como el bodegón, el paisaje, el retrato y el historicista, lo cual evidencia el carácter ilustrado de la colección. Es decir, no se trataba de un conjunto de imágenes religiosas con fines netamente devocionales, como era lo frecuente en aquella época, sino que buscaba ser una muestra representativa de lo mejor de la pintura europea renacentista y barroca. Se trataba de un pequeño “Parado”, personal y viajero, que, sin duda, era un deleite para el espíritu de su ilustrado dueño.

Poco tiempo permaneció el obispo Caballero y Góngora en Yucatán. En 1777 fue designado arzobispo de Santafé de Bogotá y, al marcharse, llevó consigo su colección de pinturas. Renán Irigoyen escribe que un incendio, ocurrido a mediados del siglo pasado en el antiguo palacio episcopal bogotano consumió lo quedaba de ella. Sin embargo, hay noticias de que, al momento de fallecer en 1796, Caballero, por entonces arzobispo-obispo de su natal Córdoba, España, poseía una “escogida colección de pinturas”. ¿Sería la misma que, a bordo del bergantín El Príncipe, cruzó el mar para llegar a Campeche y ser alojada en Mérida, pasando después a Santafé de Bogotá, para finalmente, regresar al Viejo Mundo? Es una interrogante que, por lo pronto, no es posible responder. Lo cierto es que el nombre de Antonio Caballero y Góngora queda ligado a la historia del arte y las ciencias que tanto amó y promovió.

 

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