Por Mario Barghomz
No soy hombre de historias largas (nunca lo fui), sino de crónicas cortas, breves. Todo asunto conmigo ha tenido que ver más con la brevedad del tiempo que con el largo proceso de una historia.
Me angustia lo extenso, lo que parece no terminar nunca; aquello donde no alcanza a verse un final o el principio de donde algo ha partido o procede. (Dios, como infinito, es la excepción a la regla).
En lo breve a veces puedo mirar lo que sigue, o aquello que dejamos en un punto determinado para continuar de nuevo. Esto a mí me deja claro por qué en la vida somos hombres de ciclos, de cambios necesarios, de trayectos y encuentros que pueden contarse por días o por años, porque por su brevedad se aprenden, de vida que se desarrolla por etapas y que trasciende para evolucionar.
Fluir, decía Heráclito, refiriéndose al sentido permanente de nuestro eterno movimiento; tiene que ver más con tiempos cortos que largos, más con la brevedad de la vida que con su extensión sumada a lo largo de todo nuestro trayecto humano. “Nunca nos bañamos dos veces en el mismo río” –escribe en su filosofía-; porque el río en su corriente siempre será otro, y nosotros tampoco seremos nunca los mismos.
En su obra más significativa: Ser y tiempo; Martín Heidegger habla, inspirado en la filosofía de Heráclito y por supuesto, también en el pensamiento de Aristóteles; del Ser que se mueve luego de haber sido puesto en el mundo ante la vida, el tiempo y la muerte. Un “Dasein” (Ser ahí) –dice Heidegger- en constante devenir hacia un futuro de posibilidades con las que se encontrará a través de su existencia. “Acto y potencia”, había dicho ya Aristóteles; refiriéndose a lo que somos en un momento, y a lo que seremos después con el desarrollo en el tiempo.
Ser de un tiempo significa pertenecer a una etapa o un contexto, formar parte de un entorno determinado pero en el que sin duda nos movemos, fluimos.
Ser de un tiempo, quizá haber nacido en los años 30s., 40s., 50s. 60s.), pertenecer a alguna historia como la sicodelia, el populismo o la vanguardia del siglo pasado, no significa anquilosarse o detenerse con la monserga de “yo pertenezco a esa generación y soy de esa época”, como si la vida se hubiera congelado.
Hacerse mayor con la edad no significa haber detenido el tiempo o regresar a través de él a nuestro pasado (eso es chochear); sino haber madurado y perdurado, haber crecido para ser más conscientes del tiempo presente. Los que han cambiado han aprendido a ser otros, más actuales y modernos, más congruentes, más abiertos y más sabios para aprender a relacionarse con lo nuevo.
La brevedad de un día me conmina a entender que dispongo de algunas horas, de minutos contados que terminarán por la noche. Y ésta (la noche) también es corta en su extensión circadiana; ocho horas a lo máximo que tendré que aprovechar durmiendo para recuperar mi energía.
También nuestro organismo tiene el tiempo contado, cada una de nuestras células morirán antes que nosotros. Y algunas de las células de nuestros órganos tienen realmente un tiempo muy breve. Nuestras células hepáticas (las del hígado), por ejemplo, no llegan a vivir más de dos años, por lo que tienen que dividirse o replicarse antes que mueran. Las de nuestra piel son de las células más vulnerables, viven alrededor de 14 días, y las de nuestro sistema digestivo viven entre
15 y 16 años. Ya envejecidas, cansancio y desgaste por el proceso de replicación, harán imposible que nos mantengan con salud o con vida.
Por ello que nuestra mejor filosofía deba ser, pase lo que pase, que cada minuto del día importe. Toda brevedad del tiempo, de un acto o ante una situación determinada; debe sumarse al conjunto de nuestro tiempo de vida. Entenderlo le dará más valor a cada detalle, a cada momento del día, a todas y cada una de nuestras tareas.
Mi historia es breve, como cada historia de toda vida en la tierra, así vivamos ochenta, noventa o cien años. Y si en un ajuste paralelo, comparamos nuestro tiempo cronológico con el conteo en su escala cósmica, determinando el tiempo a partir de la vida de nuestro sistema solar y nuestro planeta que tienen una edad de miles de millones de años; nosotros, los humanos, llevamos aquí apenas un instante.