El añejo conflicto entre los estados de Yucatán, Campeche y Quintana Roo por los límites de su territorio es una muestra clara y en pequeño de por qué el país no avanza como su destino podría manifestarse.
Durante toda su historia, los estados de la Península de Yucatán ha tenido una identidad característica en comparación al resto del país y suelen estar hermanados por la descendencia maya que compartimos en nuestras venas. Es por tal motivo que en esta zona del país le decimos campechanos a los habitantes de nuestro vecino, mientras que todo aquel que llega más allá de la península será llamado fuereño.
Pero ese sentido de pertenencia termina cuando hablamos de nuestra relación, ya que esta siempre ha sido tensa; llena de resentimientos y burlas de un lado por parte de los habitantes de los tres estados, queriendo demostrar que unos son mejores que otros y olvidando ese nexo maya que nos identifica. Entre nosotros somos incapaces de llegar a acuerdos.
Y la muestra más clara es este absurdo problema limítrofe que existe desde varias décadas y que nos tiene empantanados en temas legales que son tan sencillos de resolver si las autoridades de los tres estados se sentaran y se pusieran de acuerdo.
¿Cómo queremos plantarle cara como mexicanos a las abusivas políticas de los Estados Unidos, si en la Península de Yucatán no se ponen de acuerdo sobre a quién le pertenece Calakmul?