Pequeñas prioridades

Alonso Millet Ponce

Miguelito, de ocho años, juega a las carreras de autos en el patio de su casa. Dice que quiere competir en la Fórmula 1 cuando sea grande. Su imaginación lo lleva alrededor del mundo: desde Ciudad de México hasta Mónaco; de Mónaco a Silverstone, Inglaterra.

Cada viaje en auto, ya sea de casa a la escuela o de un estado a otro, es una carrera en el mundo de Miguelito. Los carros que pasan a su lado se convierten en sus rivales, con quienes mantiene una fuerte contienda hasta perderlos de vista. El infante sueña a lo grande a tan corta edad: “Algún día seré campeón mundial”, piensa. Sin embargo, nunca se imaginó que pronto competiría por última vez.

Fue por la mañana. El joven piloto se dirigía a una nueva carrera en compañía de su madre. El circuito estaba vacío, por lo que parecía una victoria segura. No obstante, justo cuando se daba por hecho la adjunción de un nuevo título, la tragedia se adelantó a la meta.

Estruendos. Llantas ponchadas. Poco a poco la ilusión de levantar el trofeo se esfuma. Impacto. Colisión. Fuego. Incendio. El campeón cede el trono.

Miguelito yace muerto junto a su madre en lo que pensó sería un trayecto seguro. Quién hubiera pensado que un fuego cruzado sería el responsable de aquella tragedia, acabando la fantasía de aquel pequeño piloto inalcanzable.

Esta pequeña historia está basada en hechos reales, aún más trágicos y desgarradores que los narrados previamente. Se trata de la masacre sucedida el lunes pasado en la ruta entre los municipios de Galeana, en Chihuahua y Bavispe, en Sonora; donde tres mujeres y seis niños, todos pertenecientes a la familia LeBarón, fueron cruelmente asesinados por el crimen organizado. Además, otros siete menores de edad resultaron lesionados a causa de las balas. Sólo una infante salió físicamente ilesa.

El acontecimiento sucede en un año en el cual se ha registrado la mayor tasa de homicidios en mucho tiempo, dejando entrever una vez más la vulnerabilidad del Estado en el tema de seguridad.

Seis pequeños. ¿Qué sueños tendrían? ¿A dónde aspiraban a llegar? ¿Por qué a ellos?

El Secretario de Seguridad Pública, Alfonso Durazo, protagonizó otra polémica declaración: los asesinatos fueron consecuencia de una confusión. Una afirmación simplista de este personaje, quien titubea ante la responsabilidad que implica su cargo. No queda de más decir que, acorde a datos de la Red por los Derechos de la Infancia en México, hubo 796 homicidios de niños y niñas entre el mes de enero y septiembre del presente año. ¿Esos igual fueron parte de una confusión?

Los niños y niñas de México (y del mundo) deben empezar a ser tomados como prioridad, derecho avalado por la Constitución y que ha sido ignorado sexenio tras sexenio, incluyendo el presente gobierno. Sin embargo, esto igual es un trabajo de todos.

Tal y como dice Julián LeBarón, activista y familiar de las víctimas, “Tenemos que empezar a unir fuerzas desde la sociedad civil, porque si vivimos casi con el 100 por ciento de impunidad, cuando se trata de secuestros y crímenes, pues nosotros como ciudadanos hemos sido apáticos y cobardes para enfrentar este problema”.

Cuesta trabajo pensar en aquellos infantes y en lo pudieron haber llegado a ser y hacer; soñadores, jóvenes pilotos, futbolistas, artistas o médicos privados de un futuro que sólo tuvo lugar en la temprana imaginación.

 

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