La vacuna de AMLO

CARLOS HORNELAS
carlos.hornelas@gmail.com

(Para mi hermano Fernando)

La noticia de que el presidente López Obrador ha contraído la COVID 19 ha despertado inquietud y desasosiego de diversos sectores de la sociedad mexicana que, expresan sus posiciones y opiniones a través de las redes sociales virtuales.

Para sus partidarios, la enfermedad recién adquirida es una evidencia de su negativa a ser inoculado antes del personal de salud o del plazo programado para su sector etario, lo cual, señalan, es una muestra de su congruencia.

Para sus detractores, todo puede ser un montaje que sirve de antesala a una campaña para pulir su imagen, y victimizarlo en período electoral, en miras de obtener una ventaja propagandística. Sea como fuere, dada su investidura no puede admitirse que la decisión de vacunarse sea discrecional, pues se trata del titular de uno de los poderes de la Unión, le guste a o no a sus adversarios o a él mismo. Haber aplazado su aplicación solo hace vulnerable al Estado y lo coloca en una situación delicada.

Pero, así como se puede criticar su determinación personal a nivel político, porque sus consecuencias se han sentido ya en los mercados y en los sectores políticos, a nivel individual, como ciudadano de a pie muestra poca empatía con la pandemia que se combate en la actualidad.

La idea de salir lo menos posible de casa establece dos premisas básicas y complementarias: la primera es que no podamos regresar al hogar con el virus y contagiar a los nuestros. La segunda, que, si somos contagiados y aún no lo sabemos, no seamos un vector de dispersión de la enfermedad hacia otros. Se trata no solo de cuidarnos a nosotros mismos, sino que lo hagamos con los demás, de la misma manera que lo haríamos con nosotros.

En ese sentido es una necedad, tanto como una irresponsabilidad, no vacunarse y seguir teniendo giras al interior de la república en aviones comerciales. Tener reuniones y conferencias con diversos actores poniéndolos en riesgo por una cuestión personal. Es tratar de llevar sus convicciones personales hasta las últimas consecuencias, como no usar tapabocas, no importando lo que piensen los demás, tengan o no razón al respecto.

Como se sabe, su edad y sus condiciones de salud le clasifican entre las personas más vulnerables ante la evolución de la enfermedad. Nadie desea un presidente grave: ni los mercados, ni los políticos ni los ciudadanos. A nadie conviene una crisis de gobernabilidad.

Los mercados se pondrían nerviosos y podrían desatar una crisis económica mayor a la actual. Los políticos podrían señalar una contienda en condiciones desiguales o incluso, mostrar su desacuerdo en el caso de sustitución del mandatario, en el peor de los casos. Para los ciudadanos, partidarios o detractores, su condición es campo fértil para nuevos enfrentamientos y polarización en la puerta de un proceso electoral.

Si su condición se compromete, el presidente tendría que pedir licencia y separarse de su puesto, pues, como se sabe, los cargos de elección popular no pueden renunciarse. Dicha licencia se podría extender hasta sesenta días y requerir de la aprobación de ambas cámaras del Congreso de la Unión.

En el más oscuro de los escenarios si el presidente llegase a faltar, el artículo 84 de la Constitución señala que sus poderes pasarían a la actual Secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, quien ocuparía temporalmente el cargo mientras el Congreso se erigiría como Colegio Electoral y nombraría un presidente sustituto, habida cuenta que Morena tiene mayoría en ambas cámaras y el plazo podría llegar a abril o mayo de este año.

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