Mi amigo el payaso loco

Jhonny Eyder Euán
jhonny_ee@hotmail.com

Una decena de grafitis han desquiciado a los vecinos del fraccionamiento. Quieren la cabeza del vándalo que se pone a rayar los muros sin permiso. Lo quieren ver encarcelado o mínimo arreglando bajo el sol las paredes que pintó con aerosol. No sé qué hacer. Confieso que conozco al responsable, es un payaso loco y es mi amigo.

En la esquina de la casa el grafitero pintó un enorme Homero Simpson. Me lo comentó hace tres noches y hasta me prestó cien pesos para sus pinturas. Me avergüenza aceptar que soy su cómplice. Soy amigo del delincuente más famoso de la colonia. Eso no lo digo yo, es lo que los vecinos comentan cuando se cruzan por las aceras o cuando coinciden en el Oxxo de la esquina.

El payaso es muy talentoso y eso lo comprueban sus firmas y murales, sin embargo, se está arriesgando mucho a que lo arresten. Ya le dije que le baje a su inspiración, pero es testarudo y considera que no hace nada malo; dice que pintar es su forma de despejar su mente, de escapar. Confieso que le tengo una gran admiración, tiene un talento bárbaro para el grafiti, pero sus pinturas no serán nunca consideradas arte en un lugar donde las ideas retrógradas se imponen, mucho menos en la cuadra donde los perros y gatos viven mejor que las personas.

Me encantan sus obras, pero mi esposa Martha las odia y está a dos minutos de mandar un mensaje al grupo de WhatsApp de los vecinos para delatar al grafitero. Me dio la oportunidad de ser yo quien acabe con la carrera de mi amigo, de aquel personaje al que conozco desde la niñez.

No sé cómo le haré para decirle a la policía que el payaso no es malo, sólo le gusta pintar mucho. Quizás “rayó” más de treinta muros de casas, escuelas, parques, hoteles, hospitales, iglesias, pero no tiene malicia. Juro que no.

Planeo contar que fuimos compañeros de clases en la primaria. Era un chico listo que tenía muchos dibujos en sus libretas. No era de los que jugaba pesca-pesca; él disfrutaba tajar su colores y moverlos con la mano, con destreza, con amor, sobre las hojas.

Diré que como a los quince años formó una pandilla en la colonia. No de delincuentes—aclararé—, sino de artistas urbanos. Será necesario decir que él fue como el protagonista sin nombre de El club de la pelea y que tenía en su propia mente un Tyler que lo motivaba a pintar y pintar y seguir pintando hasta las cuatro o cinco de la mañana.

La pandilla se llamaba payasos locos y yo formé parte, aunque siendo honestos, “rayar” no era lo mío. Estuve en la banda por convivir y porque la noche era más fascinante que el día y sus obligaciones. Éramos jóvenes, justificaré. Espero que mi amigo entienda, yo no quiero perjudicarlo, es solo que necesita darse cuenta de que aquí jamás será visto como el artista que realmente es.

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