Carlos Hornelas
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Henry Kissinger solía pensar que la política exterior es una extensión de la política interna. Y parece que su posición tiene hoy una importancia rotunda, no solo en el caso de Estados Unidos, sino también para México.
La reunión de los “calcetines caídos”, como le llamaron al último encuentro entre Joe Biden y Andrés Manuel López Obrador, refleja que lo único trascendente, además de los calcetines, pudo ser la longitud del discurso de 31 minutos del mexicano y el interés del americano en el pulso de una reportera para sostener su teléfono mientras grababa el encuentro.
Tal pareciera que ambos buscaban reunirse, pero solo para mantener las apariencias hacia sus respectivos correligionarios. López, por su parte, gusta de mostrarse audaz y temerario frente a Estados Unidos.
Recientemente ha fintado con organizar una consulta para pedir que dicho país devuelva la estatua de la libertad a Francia si procede la extradición de Julian Assange. Además, desdeñó la invitación a la cumbre de las Américas, condicionando su participación a que se incluyera a Venezuela, Cuba y Nicaragua.
La última ocurrencia ocurrió este miércoles por la mañana en la cual desestimó que Estados Unidos amague con el establecimiento de un panel de controversias en contra de nuestro país en materia energética. Como es su estilo, banalizó el tema pidiendo al sonido local que reprodujera la canción de su paisano, Chicho Ché, cuya letra reza “Uy que miedo, mira cómo estoy temblando”.
Para sus partidarios, estas formas dibujan a un estadista que no se arredra ante la potencia más influyente en el planeta. Para sus adversarios, luce limitado en sus formas y ostenta sus dotes histriónicos populistas.
En el caso de Biden, puede ser que la reunión haya tratado de llevar a su causa la atención en primer lugar sobre su cercanía con México, y en segundo lugar, buscar persuadir el voto hispano a favor del partido demócrata.
Como se sabe, en noviembre los comicios renovarán la totalidad de la cámara de representantes, lo que equivale en México a los diputados, en la cual hay una ligera ventaja demócrata.
En el caso del senado, se elige a la tercera parte de las curules y cabe decir que actualmente está dividido literalmente a la mitad, de hecho, la vicepresidenta Kamala Harris, en caso de empate, hace el fiel de la balanza.
Además, se elige gobernador en 36 de los 50 estados de la unión americana, muchos de los cuales son fronterizos y gobernados actualmente por el partido republicano. De hecho, algunos con marcadas tendencias anti-inmigrantes como Texas, por ejemplo.
Así, ambos gobernantes han querido salir bien en la foto aunque haya todavía grandes temas que no se acaban de resolver, entre los que destaca de manera particular el de la migración. En últimas fechas Biden no ha podido revocar totalmente los decretos de Trump que hacían de México un tercer país de facto como antesala de la migración a Estados Unidos.
Por cierto que, la insistencia de la invitación de López Obrador para que las “dictaduras” formaran parte de la Cumbre de las Américas no fue bien vista por el partido republicano, que podría consentir una segunda intentona de Trump hacia la presidencia.
México, por su parte ha subido el tono de reclamaciones hacia su principal socio comercial y ha utilizado instrumentos legales en su propio país para demandar a once armerías por introducir el armamento que utilizan los narcotraficantes.
Pobre de México, diría Porfirio Díaz Mori, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos.