Carlos Hornelas
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Imaginemos por un momento una cadena de eventos que inicia un eslabón en la recaptura de Caro Quintero con fines de extradición a Estados Unidos. Imaginemos que dicha captura fue llevada a cabo sin intervención de ningún tipo, de ninguna agencia de los Estados Unidos operando ilegalmente en México. Imaginemos que se produce a tres días de la última reunión entre los presidentes de México y Estados Unidos.
Imaginemos que, aunque ha perdido relevancia como “Jefe de Jefes”, todavía seguía teniendo cierta importancia en el tablero estratégico de los cárteles en México y que la década que vivió prófugo de la justicia le brindó la oportunidad de recuperar algo de lo perdido, así como información relevante acerca de la actual situación de su sucesores, competidores y adversarios.
Su captura se haría relevante, no por los crímenes del pasado, sino por la vigencia de sus conocimientos actualizados sobre la situación de los encarnizados juegos de poder entre quienes se disputan la posición preponderante en el mercado de estupefacientes en México. Información de primera mano. Inteligencia obtenida sin desplegar prácticamente ningún recurso.
Sea, como dicen algunos, por miedo a la extradición, por suponer un cambio en la estrategia de seguridad o cualquiera otra razón que se pudiera argumentar, desde entonces la escalada de violencia en el país no para su ascenso rampante.
Incendios a vehículos, balaceras, enfrentamientos con las fuerzas del orden, bloqueos en vías de comunicación y otros se vivieron en Baja California, Chihuahua, Guanajuato, Jalisco y Michoacán, casi de manera sincronizada.
En una actitud poco empática y menos aún comprensible, el presidente recrimina a los medios de comunicación que “siembren miedo” a través de una estrategia de “montaje propagandístico”. Para atajar estos intentos de desinformación, se le ha ocurrido montar su mañanera también en sábado. Seguramente pensará que, si lo hace así, los violentos se quedarán en casa viendo sus declaraciones en televisión, o que, con ello, los medios de comunicación dejarán de informar los sucesos de sangre que pudieran acontecer durante el fin de semana.
Para el titular del ejecutivo a nivel federal se trata de actividades propagandísticas del narco. Es sumamente inadecuada la terminología que ocupa porque, a menos que los considere una fuerza política organizada y que busca prosélitos entre los ciudadanos, su clasificación resulta improcedente. ¿Se puede hacer propaganda y ganar seguidores con tales desmanes?
El presidente debe entender que los medios de comunicación no son sus enemigos, finalmente no se puede comparar los chorros de tinta vertidos con los chorros de sangre derramados.
No obstante, es más fácil hacer declaraciones y agredir a los medios detractores cada miércoles que combatir el crimen organizado. A partir de todo esto ha surgido una nueva narrativa. Mientras la oposición habla de una alianza del crimen con la 4T, que habría organizado estos disturbios para justificar la adhesión de la Guardia Nacional a un mando militar, los partidarios de la 4T, incluyendo al presidente señalan el contubernio entre el crimen organizado y los partidarios de la derecha (incluyendo los medios de comunicación disidentes) en campaña por sembrar miedo en la población.
En cualquier caso, el debate político parece dirigirse en ese derrotero inaugurado por el presidente, unos y otros tratarán de convencer al respetable de la alianza con el crimen que tiene su adversario, en lugar de elaborar propuestas edificantes para el bien común. A eso nos hemos rebajado.