Ser filósofo

Mario Barghomz
mbarghomz2012@hotmail.com

El ser filósofo se relaciona más con la paciencia que con el esfuerzo, en el sentido que la paciencia le permite al filósofo la contemplación. El esfuerzo del hombre ordinario es el afán.

El filósofo no se afana, espera; sabe ser paciente. Pero llegado el momento asimismo entiende que debe actuar en la inmediatez de una situación, pero no sin ser reflexivo. Ésta (la reflexión) forma parte también de la idea del ser filosófico. En este sentido no hay filósofo (ni lo hubo) que no reflexione antes de hablar o de actuar. Paciencia, contemplación y reflexión lo definen. No hay pensamiento o idea que no contemple sin ser reflexivo.

Sócrates en su charla con Protágoras, en el famoso y ya clásico Diálogo de Platón, fluye con su dialéctica. Sócrates al tiempo que escucha, habla. No espera dada la inmediatez del diálogo. En este sentido su filosofía debe fluir y no detenerse. La paciencia aquí se traduce en escuchar. Le permite a Protágoras hablar. Y como sabemos, precisamente por su principio mayéutico (“arte de preguntar”); Sócrates es más lo que pregunta que lo que argumenta.

La Filosofía es una ciencia, pero también una disciplina en el más estricto sentido del término. El arte también forma parte de su quehacer; de aquí su relación con la Belleza y la Estética. Y así como la Filosofía se encarga de ciencias como la Epistemología, la Semiología, la Sociología, la Antropología, la Teología y la Ética; su interés por el Arte es el de la originalidad, el estilo, la armonía y el equilibrio en todo aquello que requiera ser definido como arte o simplemente como bello.

La Filosofía observa que la sensibilidad del espíritu humano no podría existir sin la belleza. Me refiero a la belleza misma del Universo, de la vida, el amor y la misma inteligencia humana. El filósofo sabe distinguir entre lo bello y lo feo. Pero sabe también que aún lo “feo” como en las pinturas de Goya o de Picasso (o “El grito” de Edvard Munch); existe algo profundamente estético. Lo mismo sucede con el horror de la situación literaria con lo “grotesco” de personajes como Drácula o Frankenstein, o casi toda la obra completa de Alan Poe que impone a sus historias el ingrediente de lo hermosamente fantasmagórico y aterrador.

Muchas veces lo que el hombre ordinario aprecia como “bonito” para referirse a lo “bello”, no suele ser realmente estético sino insulso, inocuo o definitivamente “cursi”.

Pero sin duda y ante todo; la filosofía es un camino difícil y solitario, como el del monje o el del cura que se ven orillados al ascetismo, a la ascesis. Aunque hoy también el papel del filósofo parece haber dejado de ser preponderante, al menos en el itinerario inmediato de la nueva sociedad. Lo moderno lo ha reducido a ejercer el papel de un sujeto “raro” y extraño. En este sentido; el filósofo de este nuevo siglo representa el papel del antiguo sabio de una estirpe en extinción, suplantado por la irrupción de la nueva informática y la tecnología que se ocupan hoy de liderar el campo del conocimiento humano, no sin menoscabo de la superficialidad evidente de la información pronta y expedita, pero no más sabia y profunda.

El conocimiento es sabiduría y ésta sigue estando en el ámbito profundo de la consciencia de la mente humana. Hasta ahora no existe una máquina, una computadora o un sistema de la tecnología más avanzada que logre igualar o rebasar la gestión y capacidad de nuestro cerebro humano.

Quizá con el tiempo y como han dicho ya algunos científicos; el hombre mismo logre hacer que la inteligencia artificial iguale (o supere) las capacidades humanas. Pero estemos seguros que si el mundo colapsara y de pronto todo lo logrado con nuestra evolución desapareciera; serían los filósofos (otra vez como en el principio de nuestros tiempos: siglo VI a. C.) quienes pensarían como reiniciarlo de nuevo, dónde o cómo buscar las respuestas a las preguntas más esenciales para volver a vivir. Para encontrarle otra vez sentido a la existencia humana.