También con agua

Jhonny Eyder EUÁN

jhonny_ee@hotmail.com

Estamos tan acostumbrados al consumo de alcohol en la reuniones y fiestas, que solemos considerar como algo sumamente anormal la presencia de un vaso de agua en la mesa de los invitados. María no logra explicarse eso, más ahora que cayó en desgracia y su médico la sentenció a dejar el consumo de alcohol por tiempo indefinido.

Ella no dudó ni un poco en acudir a la fiesta por el segundo aniversario del matrimonio de Sofía y Enrique. Son sus mejores amigos; los más fiesteros, bailadores, amorosos, pero, sobre todo, los más alcohólicos que conocía. Ella estaba consciente de que la cerveza era el primer invitado de la velada y no podría consumir ni una sola gota, pero eso muy poco le importó. Siendo una persona cabal, sabe perfectamente que beber alcohol no es un requisito para pasarla bien.

Cuando llegó a la fiesta no vio nada que la haga sorprenderse. Música a todo volumen para bailar, botanas y risas incontrolables de los amigos más cercanos de la pareja. Más tarde llegó el mariachi y la mesa se llenó de vasos tequileros con platos llenos de sal y pedazos de limón.

El ambiente era puras risas y bromas hasta que alguien se percató del vaso de agua con hielo sobre la mesa. Sorprendido por el líquido transparente, ese alguien preguntó—en tono muy burlesco y hasta hostil—quién era la persona que se atrevía—como si de la peor de las ofensas se tratase—a tomar agua en vez de la deliciosa, espumosa y fría cerveza.

El reciento reclamaba la intervención de María. Ella tenía “motivos” suficientes para sentirse avergonzada por tener que beber algo diferente a los demás. Pero no fue así, simplemente actuó con seguridad e ignoró por completo la socarronería de los asistentes. “También con agua puedo pasarla igual de bien que ustedes, ¿no creen?”, respondió con gallardía al levantarse de la silla y pedir más agua.

Durante el resto de la fiesta nadie volvió a cuestionar a María. Y cuando volvió a casa me contó hasta el mínimo detalle de lo sucedido. No la felicité por tener el valor de mantener la abstinencia, pero sí le repetí lo que una vez me dijeron a mí: “te puedes quedar sin amor, dinero, trabajo y hasta sin ganas de vivir, pero sin alcohol nunca, esa bebida no se va a gastar, mucho menos en una noche”.