Monseñor Gustavo Rodríguez Vega dice que cuando hay convicción de que hemos recibido, se alcanza la virtud humana
El arzobispo de Yucatán, monseñor Gustavo Rodríguez Vega, señaló la importancia de ser agradecidos, “como virtud humana sólo cuando se hace con sinceridad, puesto que hay formas de agradecer por conveniencia, con falsedad o para lograr nuevos favores de quien ya nos ha beneficiado”.
En la homilía en la Catedral de San Ildefonso explicó que una persona que es educada, si agradece por cumplir, puede ser que no lo haga con total sinceridad; por tanto, sólo cuando se va más allá del cumplimiento, cuando hay convicción de que hemos recibido un favor, entonces podemos decir que alcanzamos el grado de virtud humana.
“Esta virtud humana pasa a ser virtud cristiana cuando valoramos en verdad a la persona o institución de la que nos viene el favor, reconociendo a la o las personas que nos favorecieron en su dignidad humana, en su condición de hijos de Dios, entonces la fe nos conduce hasta Dios, dador de todo bien. Para los hombres y mujeres de fe, a quien nos hace un favor lo consideramos como el vaso en el que el Señor nos sirve su bendición para que la bebamos”, indicó.
Señaló que a diario hay numerosos motivos para agradecerle al Señor que, aún sin intermediarios, nos bendice directamente de muchas maneras. Por otro lado, no hay que menospreciar a los intermediarios, que puede ser cualquier persona, los ángeles o los santos del cielo. Los miembros de la Iglesia somos comunidad aquí en la tierra y los somos con nuestros hermanos del cielo, por lo que decimos en el Credo: “Creo en la comunión de los santos”.
Explicó que también nos hemos de reconocer ciudadanos y miembros de una sociedad que es plural en su fe y en su forma de pensar. “Es triste que esa virtud humana o cristiana de la gratitud se ejercite fuera de casa, pero dentro de ella seamos mal agradecidos entre esposos, entre padres e hijos o entre hermanos. La gratitud fortalece la vida matrimonial y la vida familiar. No nos cansemos de decir gracias en el seno de nuestro hogar”.
Dijo que la culminación de la vida cristiana sucede en la liturgia de la Eucaristía, que es la celebración de la “Acción de Gracias”, pues eso significa la palabra Eucaristía. Es un “gracias” que dirigimos al Padre, en el Espíritu, por Cristo, con Él y en Él, es decir, por su Pascua sacramental, su muerte y resurrección continuada en el Sacramento.
En el Evangelio de San Lucas, 10 leprosos le piden a Jesús que los cure de su enfermedad. Ellos no podían entrar en las ciudades, lo tenían prohibido por el peligro de contagio, por eso ni siquiera se acercan a Jesús. Entonces le gritaron diciéndole: “Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros” (Lc 17, 13). El Señor los mandó a que fueran a presentarse a los sacerdotes. Se supone que los que se curaban de lepra iban a presentarse a los sacerdotes, para que corroboraran la sanación, pero estos 10 hombres se pusieron de inmediato en camino, lo cual supone que le creyeron a Jesús, esperando irse curando mientras caminaban.
Consideró que los leprosos son de admirar e imitar, pues cuando pedimos algo al Señor no debemos sentarnos a esperar que el milagro suceda, sino dar pruebas de que realmente le creemos, aunque éste no ocurra instantáneamente. Ellos avanzaron con fe y esperanza en el Señor.
Texto: Darwin Ail
Foto: Cortesía