Armando Escalante
Periodista y analista político
Pocos lo saben: nadie puede hablar con el presidente. Ni que quieran, ni que insistan ni que le pidan audiencia. Es más, todos entienden que ni por equivocación pueden pedir una cita. Allá en el Palacio Nacional todo funciona al revés: no existe una agenda que cada hora, por ejemplo, contemple alguna actividad; de hecho son contados los que llegan “invitados” por él o mejor dicho, avisados por la secretaria, de que “urge que se presenten”.
Es claro que sólo Manuel López puede mandar a llamar a quien quiera. Y la respuesta obvia es acudir enseguida. A veces los aludidos ignoran qué les quieren o que asunto vayan a tratar, porque nadie tiene tareas pendientes ni hay planes o proyectos en la mayor parte del tiempo y de los casos.
Por ese motivo los secretarios, directores y demás miembros del gabinete principal y el ampliado, tienen claro que sería inútil hablar de lo que sea con el político tabasqueño. Así sea urgente o importante, el que resuelve no los recibe.
Y si a eso le añadimos que él no necesita hablar con nadie y lo peor, no quiere, es claro que la incertidumbre y la parálisis funcional, son lo que impera entre el equipo. Todo el gabinete está así. Nadie es útil y de nadie se espera nada.
Salvo los soldados que tienen de encargo ser albañiles, carpinteros, electricistas, taladores de árboles, chapeadores de monte, abriendo brechas para el inútil tren maya, rellenando cenotes, cuevas y construyendo terracerías, coordinando a peones subcontratados —que cobran menos que lo que dicen las nóminas— para hacer las obras, de resto, nadie está a cargo de nada. No existen las delegaciones Federales (excepto la que regala dinero y en Mérida la SRE) que funciona mejor que nunca. Párele de contar. Hasta el SAT ya destruyeron en Yucatán y todos calladitos, ni quien proteste ni asome la cara. Comenzando desde lo más arriba hasta lo más abajo.
Con ese panorama queda muy claro que el verdadero problema del país no es en este momento que aún medio funcionan las cosas, sino en un par de años, cuando gobierne quien decida Amlo, nos toparemos con la cruda realidad. El país entero en manos del mismo color, con gobernadores —hombres y mujeres— sometidos, callados y muchos de ellos, corruptos, que acabarán con lo poco que quedaba.
(Si usted es de esas personitas que lee esto y piensa que es muy pesimista y catastrofista este pronóstico, es porque de plano es un fan de Amlo muy sensible, cuya conducta no le será nada útil frente a lo que se nos viene encima. Avisados.
El xix. — Todo parece indicar que el plan consiste en que la nueva mafia del poder piensa dividirse el pastel entre cuatro: la gubernatura para un partido, para otro será la candidatura por Mérida; el otro será beneficiado con una senaduría y uno más dueño de casi la mitad del Congreso. Luego, entre esos mismos cuatro partidos (en realidad son cinco, pero dos son como uno: no cuentan y se repartirán migajas o sobras), se dividirán otra senaduría, algunas diputaciones federales “ganables”, y el Cabildo de Mérida —cuya alcaldía esperan arrebatar— sería combinado en tres tantos a partes iguales de los tres principales: PRI-Morena-PVE, de tal manera que “les toque a todos”. Menos a los otros dos partidos chicos que no pintan. Es todo un reparto del botín.
La estrategia se corona con mucho dinero —muchísimo— que pondrá el presidente y que servirá para comprar a los que logre a duras penas colocar la oposición y “los quiebren” faltando pocos días para el proceso.
La suerte está echada, según el primo de un amigo que ve venir el peor desastre de la historia para Yucatán, después del enorme daño que ya se causó desde la presidencia con un tren maya que no servirá para nada, con una “súper carretera llena de accidentes casa semana con muertos y heridos”; la broma del parque de La Plancha y de haberle quitado en lo que va del sexenio, miles de millones al presupuesto estatal. Aún nos puede ir peor.