Antes de que existiera el Cementerio General, los meridanos enterraban a sus muertos en camposantos ubicados en los atrios de las iglesias parroquiales
Antes de que existiera el Cementerio General, hace más de 200 años, en el Camino Real a Campeche había varias haciendas dedicadas a la ganadería como San Antonio Dziskal, que estaría ubicada cerca de las actuales colonias Emiliano Zapata Sur y San Antonio Xluch, y era vecina de Chacsinkín, que, se piensa, ocupaba los terrenos ubicados al final de la calle 60 sur, y que para el siglo XVII eran una sola.
Chacsinkín, que de acuerdo al Instituto Nacional de Geografía y Estadística (Inegi) en 1910 tenía 105 habitantes, limitaba al norte con San Antonio X-Coholté, en cuyos terrenos se asienta desde hace más de 200 años el Cementerio General, y que, en estos días dedicados a los difuntos, vale la pena recordar que, a finales del siglo XVII, dicha hacienda era propiedad del capitán Clemente de Acevedo.
Los últimos propietarios de X-Coholté antes de que fuera convertido en camposanto fueron Joaquín de Lara y de la Cámara, fallecido en mayo de 1819, y su viuda María de la Luz Cepeda y de la Cámara, y de acuerdo con Raúl Lam Medina, descendiente del matemático cubano, Wilfredo Lam, quien es el encargado de guiar los paseos que se realizan todos los miércoles en este enigmático lugar, al fallecer el dueño sin dejar descendencia, la propiedad quedó en manos de unos hermanos de la esposa del hacendado que eran sacerdotes, por lo que como parte de su obra de piedad destinaron el espacio para el descanso de los restos mortales de las personas.
En 1814 el Cabildo de Mérida compró el inmueble, y siete años más tarde, el 3 de noviembre de 1821, se inauguró el Cementerio General de Mérida, en una ceremonia que encabezó el último gobernador español de la Península, el capitán general Juan María Echeverri.
Antes, los meridanos enterraban a sus muertos en camposantos ubicados en los atrios de las iglesias parroquiales como El Sagrario de la Catedral, San Cristóbal, Santiago, El Jesús y Santa Lucía que se utilizó como cementerio de la capital hasta la inauguración del Cementerio General que, por cierto, fue administrado por la iglesia católica hasta 1859, con la secularización de los bienes de clero, hecha por Benito Juárez.
Si usted visita la Catedral de Mérida podrá observar numerosas lápidas en los pisos del presbiterio y de las naves laterales del templo. Al respecto, el historiador Ángel Romero destaca que desde el siglo XVI se realizaron las primeras sepulturas en el lugar, y que con el paso del tiempo fueron reutilizados los espacios.
Cabe destacar que en aquellos años solo las personas con alto valor adquisitivo podían ser inhumados en el interior de la Catedral Metropolitana o en otros templos católicos.
Con las normas de la República se dejaron de utilizar los espacios para inhumaciones, pero persistió la costumbre de depositar los restos óseos o áridos al templo, y de esto queda constancia en las lápidas que tienen fechas que van de las últimas décadas del siglo XIX a los primeros años del Siglo XX.
Corresponden al periodo de la bonanza del henequén, y esto se refleja en el material con el que están elaboradas, mármol blanco de carrara, que era uno de los materiales favoritos para el embellecimiento de las casas de aquella época.
El Cementerio tiene una gran importancia porque también refleja el estatus social de las familias que en el pasado habitaban la capital yucateca, donde se pueden apreciar humildes tumbas u osarios donde reposan los restos de quienes no tenían posibilidades económicas, que casonas y mausoleos construidos inclusive con mármol de Carrara, como el de la familia Zavala.
Si usted visita el cementerio tómese un tiempo para recorrer la Rotonda de los Hombres ilustres que data de marzo de 1887 bajo el Gobierno del general Guillermo Palomino y los primeros restos depositados ahí son los del coronel Sebastián Molas.
Actualmente, se encuentran los restos de Felipe Carrillo Puerto, tres de sus hermanos, el ex alcalde de Mérida Manuel Berzunza y el ex gobernador Agustín Franco Aguilar.
Texto: Manuel Pool Moguel
Fotos: Archivo