Al conmemorarse la “Jornada Mundial de los Pobres”, el arzobispo de Yucatán, Gustavo Rodríguez Vega, recordó que “no se trata de tener un comportamiento asistencialista hacia los pobres, como suele suceder; es necesario, en cambio, hacer un esfuerzo para que a nadie le falte lo necesario. No es el activismo lo que salva, sino la atención sincera y generosa que permite acercarse a un pobre como a un hermano que tiende la mano para que yo me despierte del letargo en el que he caído” (Ídem n. 7)”.
Señaló que el Papa nos dice que, después de toda la pobreza generada con la pandemia del covid y ahora con la invasión a Ucrania, han aumentado los pobres. En palabras del Santo Padre: “¡Cuántos pobres genera la insensatez de la guerra! Dondequiera que se mire, se constata cómo la violencia afecta a los indefensos y a los más débiles. Deportación de miles de personas, especialmente niños y niñas, para desarraigarlos e imponerles otra identidad” (Mensaje del Santo Padre Francisco, VI Jornada Mundial de los Pobres, n. 2).
Explicó que el mensaje de este año fue “Jesucristo se hizo pobre por ustedes”, los pobres y la pobreza no son sólo asunto de la Iglesia, por eso el Papa lanza esta exhortación de ser sensibles ante los pobres, no sólo a los católicos, sino a todas las personas de buena voluntad. Dice: “Como miembros de la sociedad civil, mantengamos vivo el llamado a los valores de libertad, responsabilidad, fraternidad y solidaridad. Y como cristianos encontremos siempre en la caridad, en la fe y en la esperanza el fundamento de nuestro ser y nuestro actuar” (Ídem n. 5).
Dijo que no sólo se trata de dar algunas ayudas a los pobres, sino de promoverlos para ser protagonistas de su propio desarrollo, así como de darnos la oportunidad de tener un contacto con los pobres que nos haga más humanos y mejores cristianos.
Aclaró que los pobres podrían superarse encontrando un trabajo digno. Entremos al tema del trabajo con la segunda lectura de hoy, no sin antes recordar que hay muchos trabajos valiosos y dignos, que ni siquiera tienen asignado un sueldo; como el de las amas de casa cuya labor no termina en todo el día o el de los estudiantes que realmente se esfuerzan y se dedican a su superación académica. En la Segunda Carta a los Tesalonicenses, san Pablo enseña a estos cristianos el valor del trabajo, pues algunos de ellos habían dejado de laborar, con el pretexto de que la segunda venida de Cristo era ya inminente.
Dijo que el Apóstol apela a su propio ejemplo, pues entre ellos trabajó con sus propias manos para conseguir su sustento. Él sabía que tenía derecho absoluto de vivir de la predicación, como los demás Apóstoles, dedicándose él mismo en algunos lugares, de tiempo completo, a la tarea evangelizadora. Pero donde convenía, como en Tesalónica, se ponía a trabajar para mostrarles la dignidad y la santidad del trabajo.
Aprovechó para recordar su etapa de estudiante, “siendo yo seminarista, cada verano, durante varios años, conseguí un empleo para salir diariamente al trabajo, al igual que lo hacían mi padre y mis hermanos. También durante mis estudios estando en Roma, varios compañeros fuimos un verano a trabajar en una fábrica de automóviles en Alemania siendo ya sacerdotes. Más que ayudar a mis padres en sus necesidades, yo veía en el trabajo una oportunidad de conocer y valorar de primera mano, lo que significa el trabajo ordinario y santificador de todas las personas”.
Texto: Darwin Ail
Foto: Cortesía