Humberto Mayén Palmero recuerda cuando su abuelo Emiliano Canto Mayén le platicaba el suceso histórico sobre el mártir yucateco
Ayer se cumplieron 99 años del fusilamiento de Felipe Carrillo Puerto, quien, en 1923, siendo gobernador de Yucatán, fue derrocado por los rebeldes delahuertistas que intentaban hacerse con el control del país, y que llegaron a dominar Yucatán. El objetivo era impedir que el presidente Álvaro Obregón impusiera a Plutarco Elías Calles como su sucesor en la presidencia de la república, como finalmente ocurrió.
Tras su derrocamiento y captura, fue fusilado el 3 de enero de 1924 en el Cementerio General de Mérida, junto con 11 personas, entre ellas tres de sus hermanos, y de aquel terrible día quedaron grabados muchos momentos en la mente del entonces niño Humberto Mayén Palmero.
Con aquellos relatos que escuchaba en la propia voz de su abuelito, Emiliano Canto Mayén, escribió un capítulo del libro “Felipe Carrillo Puerto en la Memoria”, una publicación de la Secretaría de Educación del Gobierno del Estado de Yucatán que vio la luz en febrero de 2014.
Don Humberto le platicaba a su nieto que en diciembre de 1923, cuando el gobernador constitucional tuvo que salir huyendo, y entonces la ciudad de Mérida cayó en un estupor y, pese a que la tomaron fuerzas militares enemigas del gobierno socialista, la tensa calma denunciaba que esta situación anómala no duraría mucho.
Se preguntaban todos hacia qué dirección se había escapado el entonces gobernador, en la actualidad se sabe que después de una persecución se apresó al célebre motuleño y a los suyos cuando intentaban embarcarse con dirección a la Gran Antilla, léase La Habana.
Se les trajo como prisioneros peligrosísimos a Mérida se les encerró en la Penitenciaría Benito Juárez Garcia población quedó completamente sorprendida con la celeridad con que se improvisó un juicio sumario a Carrillo Puerto y sus compañeros que se habían mantenido a lado, cuando todo parecía desmoronarse a su alrededor.
Acompañaban a Felipe tres de sus hermanos, Wilfrido, Edesio y Benjamín todos fueron fusilados junto con otros desventurados, incluyendo al ex gobernador interino y entonces presidente municipal de Mérida, Manuel Berzunza y Berzunza, cuyo nombre lleva actualmente el anillo periférico.
“En el inicio de la década de los años veinte, los niños se divertían de maneras muy distintas a las de la infancia contemporánea: eran sus juegos rústicos, prácticamente campiranos y la política les importaba bien poco. Pero mi abuelo, niño pequeño, se enteró de la muerte del gobernador y atestiguó cómo muchos se lanzaron a pie, en tranvía y en carreta, con dirección al cementerio, a despedir al gobernador y contemplar su cadáver, el cual se exponía en un cuarto de este antiguo panteón”, escribió Canto Mayén.
El niño Humberto se dirigió al cementerio con su madre y sus hermanos mayores, recorriendo un camino prolongado, desde el barrio de San Cristóbal, y en el trayecto
escuchó los primeros acordes de la leyenda: algunos conjeturaban acerca de las últimas palabras de Felipe, otros no creían que los militares se hubieran atrevido a fusilar al lider, acusaban a otros del asesinato a cierto periódico de los hacendados y sin saberlo, el pequeño retenía en su memoria todos los argumentos que numerosos libros se encargarían de ampliar y adobar más adelante, con el tiempo.
Al llegar al cementerio, la estatura del abuelo, le impidió ver en un principio el cadáver del gobernador socialista. Tal era el gentío que se agolpaba que parecía que nunca llegaría al frente, se empujaban los desesperados, hubo codazos y pisotones. Pocos se atrevieron a verter sus lágrimas, pues se temía parecer sospechoso ante los militares que supuestamente, guardaban el orden.
Cuando el contingente de niños que, gota a gota, se hizo una multitud considerable, la chiquillería pidió gritos ver los cuerpos, se negaron unos, pero finalmente alguien ordenó que se de sólo un minuto para hacerlo.
“Se abrió entonces la multitud como una cortina teatral, y un grupo de chamacos se aproximó con pasos tímidos al frente y vio entonces mi abuelo al mártir, al gobernador traicionado y a un revolucionario que se acababa de convertir en héroe. Despeinado, sucio, con una barba de par de semanas y con el rostro desfigurado, era el rigor descompuesto de la muerte. Fue la primera vez que Humberto del Jesús Mayen Palmero, observó un cadáver humano”, puntualizó Canto Mayén.
Texto: Manuel Pool
Fotos: Cortesía