Al oficiar la misa en la Catedral de San Ildefonso, el obispo auxiliar Pedro Mena Díaz declaró que los únicos dos días del año en los que la Iglesia nos manda ayunar son el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo.
“Lamentablemente, hoy en día encontramos fácilmente justificaciones para no hacerlo, como por ejemplo cuando dicen: ‘Hay que ayunar, pero de hacer críticas, o también hay que ayunar de ver las redes sociales, e incluso hay que ayunar de cometer injusticias’. Ciertamente son razones que nos suenan muy justas, pero luego ni ayunamos del alimento, ni tampoco dejamos esos comportamientos”, dijo.
Explicó que el ayuno es necesario, entre otras cosas, “para fortalecernos en la lucha contra la tentación. Es importante también para que nuestra hambre física nos mueva a sentir hambre de Dios”, así como para advertir lo que les pasa a tantos hermanos que sufren hambre. Tengamos presente lo que decía el sabio y santo obispo Ambrosio en el siglo IV: “Los otros ayunos son voluntarios; pero los de Cuaresma son de obligación; a los otros nos convidan, pero a estos nos obligan; y no tanto son preceptos de la Iglesia, como del mismo Dios”.
Indicó que el Evangelio, según san Mateo, nos habla de cómo el “Espíritu condujo a Jesús al desierto, para ser tentado por el demonio” (Mt 4, 1). Es como el entrenador que lleva a su pupilo al lugar del combate.
“Ser tentado no significa ser débil. La tentación es parte esencial de la naturaleza humana y es lo que nos da oportunidad de tomar una decisión libre, de realizar uno y mil actos de amor y fidelidad durante el día”, indicó.
Resaltó que con san Agustín podemos entender el significado positivo de la tentación cuando él dice: “Nuestra vida no puede verse libre de tentaciones, pues nuestro progreso se realiza por medio de la tentación y nadie puede conocerse a sí mismo si no es tentado, ni puede ser coronado si no ha vencido, ni puede vencer si no ha luchado. Cristo fue tentado para enseñarnos a vencer la tentación, como lo hace en el pasaje del evangelio”.
Señaló que son varios los pasajes del Antiguo Testamento en los que se menciona el número 40, como los 40 días del Diluvio, los 40 años de Israel en el desierto, los 40 días de Moisés en el monte Sinaí, o los 40 días durante los cuales Elías caminó hacia el monte Horeb. Sin embargo, el principal fundamento de nuestra Cuaresma son los 40 días y 40 noches que Jesús pasó en el desierto sin comer.
“Nuestro ayuno y abstinencia cuaresmales evocan, aunque sea muy ligeramente, el hambre que experimentó Jesús con su ayuno. Es por eso entonces que su ayuno y su oración fueron los que lo fortalecieron para el combate contra el demonio. Si nosotros no nos sacrificamos y no nos mortificamos absolutamente en nada, más aún, si no hacemos oración, ¿cómo podremos vencer la tentación?”, explicó.
Expresó que cuando el demonio tienta a Jesús, se atreve hasta a citar algún texto de la Sagrada Escritura, pero Jesús también le contesta con pasajes de la misma Palabra de Dios debidamente aplicados. Aunque el demonio conoce la Biblia, éste no deja de ser lo que es. Ojalá que todos nosotros estemos familiarizados con la Palabra de Dios, que podamos leerla en la Iglesia con la correcta interpretación y, sobre todo, que nos inspire para el bien en vez de emplearla para juzgar a otros, consintiendo en nosotros mismos el mal con una interpretación a conveniencia.
“La Cuaresma es un tiempo que nos llama a incrementar la lectura de la Sagrada Escritura, que todo el año nos hace bien. También podemos acercarnos a esta Palabra Divina cuando asistimos a los ejercicios espirituales”, indicó.
Refirió que las tres tentaciones que el demonio le presenta a Jesús, eran para desviar por un rumbo equivocado su misión, que apenas estaba por iniciar. Esas tres tentaciones se nos siguen presentando a nosotros continuamente.
Texto y foto: Darwin Ail