El arzobispo de Yucatán, monseñor Gustavo Rodríguez Vega, infornó que el pasado lunes 3 de julio se reunió en el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente, en Guadalajara, un grupo de obispos, junto con algunos empresarios, para dialogar sobre la urgencia de construir la paz y la justicia en México.
Indicó que, entre otras cosas, mencionaron que la tarea es de todos los mexicanos y de los diversos sectores de la sociedad. “De nuevo en septiembre, Dios mediante, tendremos en Puebla diálogos con otros grupos sobre la misma urgencia de paz, justicia y reconciliación”.
Como se recordará, hace un año, los jesuitas diseñaron un programa piloto para combatir la inseguridad que consistía en reforzar el tejido social, en asesorar a las policías a que no se corrompan y que notaron que los delincuentes perdieron algo de fuerza.
En mi intervención, explicó que en este encuentro yo les recordaba a los participantes las palabras del Papa Francisco en la Encíclica Fratelli Tutti, donde dice que ayudar a los pobres debe permitirles una vida digna a través del trabajo; no existe peor pobreza que la que priva del trabajo y de la dignidad (cfr. FT 162).
Señaló que hay que superar la idea de políticas sociales hacia los pobres, pero sin los pobres (cfr. FT 169). La verdadera promoción de los pobres es un servicio a la paz, a la justicia y a la reconciliación. Ahora bien, a veces confundimos a los pobres con los humildes, pero no es lo mismo. “El Hijo de Dios es el ejemplo máximo de humildad, que lo llevó a la plena y total solidaridad con todos los hombres y mujeres, desde el lado de los pobres de este mundo”, dijo.
Agregó que, en la primera lectura, el profeta Zacarías anunciaba algo del futuro Mesías, que de hecho se cumplió cabalmente el día de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, la cual fue su última entrada, y que, mientras la multitud lo aclamaba, Jesús llevaba en su mente y en su corazón la pasión que le esperaba en unos días más en la Ciudad Santa.
Resaltó que el profeta escribió: “Alégrate sobremanera, hija de Sion; da gritos de júbilo, hija de Jerusalén; mira a tu rey que viene a ti, justo y victorioso, humilde y montado en un burrito” (Zac 9, 9). Tengamos en cuenta que este texto fue escrito en el siglo IV antes de Cristo.
Mencionó que, en el santo evangelio de hoy, según san Mateo, Jesús se declara manso y humilde de corazón, como modelo de humildad, es decir, de quien se puede aprender. Eso nos debe enseñar que la humildad no consiste en negar nuestras cualidades, sino en ponerlas con sencillez al servicio de los demás.
“En ningún otro hombre tiene más valor la humildad, porque si hay alguien en la historia que tenga de qué gloriarse, es el Dios hecho hombre. Pero como dice san Pablo en su Carta a los Filipenses, que Jesús en su condición de ser humano se humilló a sí mismo hasta la muerte por obediencia, ¡y una muerte de cruz!” (Fil 2, 7c-8).
Refirió que ya era suficiente humildad tomar nuestra naturaleza; ya era suficiente humildad nacer en Belén; ya era suficiente humildad vivir en un pueblo pobre como Nazaret, sin embargo, él llegó hasta el extremo en la humildad. El texto del evangelio de hoy nos habla de la humildad del Hijo sometido al Padre, cuando le dice: “Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra” (Mt 11, 25). Por ahí comienza la verdadera humildad, por reconocerle al otro sus cualidades.
Precisó que la soberbia nos puede enceguecer y no permitirnos ver el valor y los méritos de los demás. “La humildad construye la paz”.
Explicó que el motivo de la alabanza de Jesús a su Padre, es porque escondió estas cosas, es decir, las verdades del Reino, a los sabios y entendidos, y las reveló a la gente sencilla.
Texto y foto: Darwin Ail