En 1901 y 1903 se inauguraron el servicio de luz eléctrica y la pavimentación del lugar, respectivamente; en esas épocas el parque se llenaba de gente de todas las edades, con familias de diversas clases sociales
En estos días se realizan en la calle 60 por 47 las obras relativas al Corredor Turístico y Gastronómico, que seguramente darán una nueva imagen al suburbio de Santa Ana, que a principios del siglo pasado, en el año de 1900, según se comenta en la obra “Mérida en los años 20” de Francisco D.Montejo Baqueiro, contaba con callejuelas sin pavimentar, por lo que, dependiendo de la época del año, eran lodosas o polvosas, y que tampoco contaban con alumbrado público. Así es que el rumbo casi estaba en tinieblas.
Fue el 31 de agosto de 1901 durante el gobierno de José María Iturralde, y siendo alcalde José María Ponce Solís, que se inauguró el nuevo servicio de luz eléctrica que llegaba hasta el último foco con camino hacia el pueblo de Itzimná, hoy calle 60 Norte. Para conmemorar la ocasión, los vecinos quemaron fuegos artificiales en el centro del parque de Santa Ana que se encontraba pletórico de gente.
En 1903, al igual que en otros suburbios de distintos rumbos de la ciudad, se llevó a cabo la pavimentación y la construcción de banquetas en calles de Santa Ana, y un año más tarde, el 23 de enero de 1904, durante el gobierno interino del doctor Braulio Méndez ,el cabildo meridano ordenó el enladrillado del parque.
Es hasta 1907 cuando en el barrio abre sus puertas el primer salón de cinematógrafo, el de Arturo Moguel que funcionó en donde hoy se encuentra la gasolinera de la calle 47 por 56, en el cual se exhibían películas de cine mudo en un local al aire libre, y que contaba con bancas para que se acomodaran los espectadores.
Años después don Arturo Moguel cerró este establecimiento y adquirió la sala de cine que había abierto frente al parque don Eustaquio González, local que reestructura y dota de algunas comunidades comodidades, y que llevó el nombre de Salón Pathé, que por muchos años fue sitio de diversión y sano esparcimiento para las familias santaneras.
Y si de diversión hablamos, no se podía pasar por alto la fiesta profana que acompañaba los festejos religiosos dedicados a nuestra señora de Santa Ana que duraban casi todo el mes de julio; además de las procesiones misas y rosarios en la plazoleta se instalan los carruseles de Ernesto Ordóñez y los de Nicolás Díaz.
Imagínese usted la escena: el lugar repleto de gente de todas las edades, en el centro de la plaza se quemaban fuegos artificiales y velas romanas, y en los contornos se instalaban tómbolas, loterías, venta de fiambres, frutas y golosinas; las calles adyacentes eran materialmente invadidas por toda clase de juegos y puestos de refrescos, mientras que confundiéndose entre la concurrencia, pregonaban su mercancía los vendedores de globos, de pirulínes, de nance en aguardiente y atropellado.
A ciencia cierta no se sabe por qué se dejaron de realizar estos festejos pero se piensa que mucho tuvo que ver la prohibición religiosa que se estableció en el año de 1926.
Dos de los negocios que existieron en el barrio de Santa Ana a principios del siglo XX fueron una tienda de abarrotes ubicada en el cruce de la 47 con 56 llamada “El Ciprés”, y en el ángulo sureste un inmigrante chino llamado Felipe Cantón fundó una lavandería en sociedad con varios paisanos que habían sido traídos para trabajar en fincas henequeneras.
En el mismo predio otro grupo de chinos se dedicaban a la preparación de sorbetes que vendían por toda la ciudad en carretones de tracción animal y que anunciaban su llegada con una campanilla.
También en la misma calle 47 pero con cruce en la 58, existió un gran taller de reparación y pintura de coches calesas, cuyo propietario fue un cubano de color, don Ángel Rodríguez conocido como “Angelillo”, quien fue muy popular y conocido por las gentes de aquellas épocas porque era un gran fumador de puros y buen tomador de café.
Finalmente vale la pena destacar que en la calle 62 entre 47 y 49 funcionó la panadería llamada “Los Catalanes”, que era propiedad de los iberos Vicente Diego y Manuel Llano, cuyo producto se repartía su producto por medio de carretones de tracción animal; se dice que esta panadería fue la que dio a conocer en Mérida el llamado “pan francés”. Los animales que tiraban de los carros repartidores tenían un collar de grandes cascabeles que al trote producían un musical aviso para las amas de casa en horas del amanecer.
Texto: Manuel Pool
Fotos: Archivo