Deyanira Trinidad Álvarez Villajuana
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Colosenses 3:23 (1960-RVR), dice de forma textual: “Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres”. Es decir, se debe practicar la palabra de Dios, no sólo conocerla teóricamente, sino que traducir lo leído a lo ejecutado en la vida diaria.
Sin importar nuestro ministerio, los obstáculos que deben vencerse siempre aparecen, pero Dios a quien llama, respalda. Nuestro corazón de niños y niñas, se pone de manifiesto al alabar a Dios cantando, sonriendo, amándonos y cuidándonos, al igual que a los demás. Nuestro principal estandarte debe ser reflejar el amor de Dios a través de nuestras acciones, y si aún no sabemos cómo, preocuparse no arregla nada: esto se aprende, practicando, y por supuesto, la mejor arma para lograrlo es la oración.
Al orar hablamos con Papá Dios, con Jesús, el Espíritu Santo. Asimismo, estudiar la palabra de Dios, en conjunto con la oración, potencializa todo, pero siempre contemplando que todo se dará según la buena, agradable y perfecta voluntad de Dios. No es un “genio de la lámpara” que está aquí para cumplir nuestros humanos y vanos deseos, sino para guiarnos, por nuestro bien, hacia aquello que necesitamos, que a veces, no concuerda con lo que queremos.
Muchas veces decimos: “Hágase tu voluntad, y no la mía”, y cuando ello ocurre, las más de las veces, se deben dejar algunas cuestiones que antes nos ataban al mundo… Es un proceso que implica morir al yo para que Cristo viva. Es fundamental, aprender a ser creativos, a salir de nuestra zona de confort, a estar dispuestos a morir para que Jesús viva. Todo lo que Dios provenga, siempre estará avalado por su palabra, ya que el Espíritu Santo por su misma naturaleza, siempre nos guiará hacia lo que Jesús mismo indicaba: escrito está.
En Deuteronomio 28:1 se expresa que: “Acontecerá que, si oyeres atentamente la voz de Jehová tu Dios, para guardar y poner por obra todos sus mandamientos que yo te prescribo hoy, también Jehová tu Dios te exaltará sobre todas las naciones de la tierra”. Y así es, todo lo que Dios dice, se cumple con exactitud, siendo su palabra invariable y eterna.
Nuestra vida como nacidos de nuevo de verdad, debe reflejar ante el mundo, y hacerlo de forma genuina, una fe a prueba de fuego, un gozo en medio de cualquier adversidad y una paz que sobrepasa todo humano entendimiento.
Vivamos en gozo, y seamos como niños, pues de ellos está lleno el reino de los cielos. El fruto del Espíritu Santo: amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fe, humildad y dominio propio, son el perfume de todo cristiano nacido de nuevo. Y es un fruto, no muchos frutos, pues, aunque viene en ramillete, su raíz o base, es la misma: Jesús por fe en nuestro corazón, resucitado, vivo y que ya está regresando por su iglesia, la cual no se circunscribe a una denominación, sino que incluye a todas las personas que tienen fe en Él, genuina, en su corazón.