El arzobispo de Yucatán, monseñor Gustavo Rodríguez Vega, dijo que espera que todos los ministros de la Iglesia y cada cristiano pueda hacer suyas las palabras del salmo 130: “Señor, mi corazón no es ambicioso ni mis ojos soberbios; no pretendo grandezas que superen mis alcances… Señor, consérvame en tu paz”.
Señaló que, del mismo modo, en la primera lectura de ayer, tomada del profeta Malaquías, el Señor reprobaba la conducta de los sacerdotes de Israel y les decía: “A ustedes sacerdotes… Si no me escuchan… yo mandaré contra ustedes la maldición… Ustedes se han apartado del camino, han hecho tropezar a muchos en la ley” (Mal 2, 2. 8).
Explicó que los sacerdotes en la Iglesia no son santos en modo automático por su ordenación, sino que tienen que observar la ley de Dios, que es más exigente para ellos al aceptar este ministerio, pues, como le dijo Jesús a Pedro “Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá, y al que mucho se le confió se le exigirá mucho más” (Lc 12, 48).
Por tal motivo, detalló que a nadie llamemos “maestro”, “padre” o “guía”. Esto debemos entenderlo desde el modo de hablar en la cultura judía de aquel tiempo, la cual era muy radical en su lenguaje, aunque que todos sabían que no había que tomar las palabras al pie de la letra.
Aclaró que nosotros llamamos padre al que nos engendró, y es algo justo; lo aplicamos igualmente al sacerdote que nos da la vida espiritual. El mismo apóstol san Pablo dice a los corintios: “Porque, aunque tengan diez mil maestros en Cristo, no tienen muchos padres; pues yo los engendré para Cristo Jesús por medio del evangelio” (1Cor 4, 15).
Indicó que también llamamos “maestro” a los que nos enseñaron en los distintos niveles de la escuela o la universidad, del mismo modo llamamos maestros a quienes nos instruyen en la Iglesia como catequistas.
Expresó que el nombre de “guía” lo aplicamos especialmente a los guías turísticos, aunque este servicio se puede aplicar a muchas áreas de la vida; en nuestra Iglesia de Yucatán llamamos “guías” a los catequistas de los adolescentes también.
También habló de la primera etapa del “Sínodo de la Sinodalidad”, la palabra “sínodo”’ significa “caminar juntos”, la Iglesia, como tal, no podría existir sin la sinodalidad, pues si cada uno camina en su dirección no hay unidad posible.
Detalló que el Concilio Vaticano II vino a recordar una verdad fundamental de la Iglesia, es decir, que somos el Pueblo de Dios, un pueblo que camina en la unidad de la fe; un pueblo en el que existen los carismas y los ministerios. Todos tenemos carismas, es decir, los dones que el Señor nos ha dado a cada uno para ponerlos al servicio de los demás.
“En este Pueblo de Dios tenemos igualmente los ministerios, los cuales son los servicios que se encomiendan a distintos cristianos en favor de la comunidad, entre los cuales sobresalen los ministerios encausados al gobierno, al magisterio y a la santificación de la Iglesia, como lo son el papado, el episcopado, el presbiterado y el diaconado”, refirió.
Dijo que este sínodo ha venido a recordarnos que todos somos iguales dentro del Pueblo de Dios, aunque con distintos ministerios y carismas. “Es por eso que esta asamblea contó con la participación, no sólo de obispos, sino también de presbíteros, religiosas, religiosos y laicos. Tuvo además una etapa diocesana, una nacional y una continental antes de llegar a la etapa universal, que recogió las reflexiones y propuestas de todos los niveles”, precisó.
Texto y foto: Darwin Ail