Mundo y universo

Mario Barghomz
mbarghomz2012@hotmail.com

El conocimiento del Universo es infinito porque aún no sabemos de él lo suficiente, cuáles son sus dimensiones y si existe algo más allá (a ciencia cierta) de lo poco que conocemos. Lo mismo pasa con el mundo (con la tierra que habitamos) que, a diferencia del Universo, sabemos que éste es finito, pero no así la existencia en él, tanto la natural como humana, que siempre es otra como decía Heráclito, y cambia constantemente.

La vida en la Tierra siempre ha sido mutable, adaptativa; sus especies sobreviven gracias precisamente a la versatilidad y mutación de su naturaleza. Todo conocimiento de un ser vivo nunca será finito ni suficiente a la hora de valorar su evolución y desarrollo. En el hombre mismo la ciencia médica conoce cada uno de los huesos, músculos, nervios y vísceras de nuestro cuerpo, pero aún desconoce su universo cuántico.

Cada hallazgo de conocimiento siempre trae consigo una reserva, es decir, aquello que se ignora. En física cuántica se llama “incertidumbre”. Ignoramos aún por qué y cómo abatir ciertas enfermedades como los cánceres y el Alzheimer, el Parkinson y otras enfermedades degenerativas de las que hemos aprendido a diagnosticar, pero no a curar. Saber es bueno, sin duda. Pero todo buen sabio dirá siempre que es más lo que ignora que lo que sabe. Y algunos, como Sócrates, dirán simplemente que no saben nada.

En el mundo de la tecnología de toda inteligencia artificial (IA) -ha dicho Elon Musk; el valor de un sistema operativo está en los datos, en la cantidad de información que una IA posea. Pero, así como en la inteligencia de un niño donde toda acción es una nueva experiencia en su vida, aunque la historia de la inteligencia infantil almacenada en más de un centenar de investigaciones, tenga la misma edad que nuestra vida en la Tierra; cada conocimiento será nuevo siempre. Un conocimiento que no estaba en su cerebro y ahora está.

La misma anatomía de nuestro cerebro humano es extraordinaria, 86 mil millones de neuronas que en sí mismas constituyen un universo poco conocido. La Neurociencia es la más joven de las ciencias nuevas, y estamos apenas indagando después de dos mil quinientos millones de años de existencia en nuestro planeta, cómo funciona. Lo que sabemos son apenas algunos hallazgos que valoramos sobre todo lo que desconocemos. La consciencia misma, los sueños y las enfermedades cerebro vasculares siguen siendo un enigma.

Nuestro cerebro no sólo es el centro del universo de nuestro conocimiento, de nuestras emociones y nuestra memoria, su almacén y generador. Y éste (nuestro cerebro) no siempre ha sido el mismo a través del tiempo y, por lo que sabemos, no lo será tampoco en el futuro. El cerebro de los Neandertales era más extenso en la parte occipital y su tronco encefálico que en el de su capacidad racional de su corteza prefrontal. La misma impronta genética hará cambios sustantivos cuando lo humano obedezca más a un diseño de conocimiento genético, que al espectro natural del origen de la vida.

Si observamos bien, con la edad (la experiencia) cada día sabemos más, pero también cada vez sabemos menos. Y es que mientras nosotros crecemos y nos hacemos viejos, el mundo evoluciona. De tal manera que con el tiempo el mundo que conocemos se seguirá poblando de muertos, pero también de vida, de otra vida que los que ya murieron no conocieron, y los que hoy viven, jamás conocerán por completo ni en el final de sus días.

Por eso es hermoso, a la vez que un misterio, despertar cada mañana con un propósito, aunque sin saber el devenir implícito de cada segundo mientras respiramos.