Mario Barghomz
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Cuando actuamos, podemos hacerlo conscientes o no de lo que hacemos. Cómo, por qué o para qué lo hacemos es producto de una voluntad consciente o no de lo que queremos. Aunque no todo lo que queremos lo hacemos, y no todo lo que hacemos es por querer hacerlo. “Por allá van todos -escribió Baudelaire-, por acá voy yo”. Son decisiones de elegir un camino u otro, maneras de actuar.
Es el humor a veces, más que nuestra capacidad de pensamiento, el que nos hace actuar. Hacemos lo que queremos o sentimos hacer muchas veces sin pensar. O no hacemos nada, que también es una manera de hacer… ¡nada!
Y todo lo que se haga o no, atraerá siempre consecuencias, una situación buena o mala que tendrá que afrontarse. Decisiones y consecuencias son producto siempre de una acción. Y cuando hacemos algo podemos estar bien o mal, tristes o contentos, calmados o enojados. Lo que se haga o no, lo que se diga o no, lo que se sienta o no; siempre derivará tarde o temprano en una consecuencia.
“Nacimos condenados a la libertad” -dice Jean Paul Sartre-; libertad de elegir o de hacer. Somos responsables de nuestra propia situación de vida, producto de nuestras elecciones. “Cada hombre es lo que hace -dice también Sartre- con lo que hicieron de él”.
La vida de un hombre de 40 o de 80 años, afortunada o miserable, será siempre consecuencia de todas y cada una de las elecciones tomadas en su vida. La misma enfermedad que por cliché siempre le atribuimos a la vejez, será muchas veces consecuencia de malas elecciones de alimentación, ausencia de movimiento y ejercicio, falta de buen descanso o exceso de pereza, malas relaciones y una vida distópica dentro de un entorno también poco ideal.
El mundo suele quejarse de lo que los demás hacen, o de que no se haga lo que ellos piensan debe hacerse. Pero poco o nada indagan sobre su misma conducta que quizá sea la que los mantiene miserables y amargados, resentidos y enojados por todo aquello que suponen injusto hacia su persona.
Pero quién o cómo es la persona de cada uno, ¿cómo debería ser?. Es obvio que la misma naturaleza no nos proveyó a todos con la misma capacidad, con la misma gracia o virtud. Algunos son muy bellos y otros son uy feos, unos nacieron con la gracia de la habilidad y a otros los distingue la torpeza. Hay quienes son muy empáticos y otros definitivamente repulsivos. Pero todos y cada uno de estos aspectos puede ser muy relativo a la hora de actuar, a la hora de emplear la consciencia y la racionalidad al tomar decisiones.
Muchas de nuestras relaciones en todos sentidos se derivan de cómo nos ven los demás. El aspecto cuenta a la hora de querer o desear una relación, la empatía a la hora de pedir algo, o guardar las apariencias a pesar de la cara. Sartre era feo (¡muy feo!), lo dice él mismo en “La nausea”. Pero eso no le impidió llegar a ser quien era. Nunca habló de su felicidad, o al menos no aparece como tema central de su filosofía. Pero llegó a ser un personaje de gran relevancia (Premio Nobel), incluso en su relación con Simone de Beauvoir.
Yo creo que Sartre decidió ser Sartre siempre, a pesar de su cara. Hasta elegir rechazar el Premio Nobel en 1964 por sus propias consideraciones personales. Las consecuencias fueron un escándalo de nivel mundial con repercusiones sociales y políticas que luego derivarían en enfrentamientos y posiciones. Eso sería el origen del movimiento estudiantil y social de 1968.
La buena o mala vida siempre dependerá de lo que uno decida hacer o no hacer, decir o no decir, sentir o no sentir. Lo que resulte -dice también el personaje de John Wick- sólo serán consecuencias.